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Ha quebrado el juego. Mire usted mi cartón... En realidad, lo único que ha quebrado es la línea. Todo el mundo pierde, excepto el viejecito y un señor que había puesto 1.000 pesetas a negro. ¡Por no saber jugar! murmura un técnico, en discusión con otro jugador . Ese señor ha ganado, ¿y qué? ¿Es que demuestra algo el que haya ganado ese señor?

Dos son las mas poderosas objeciones que parece demuestra este sugeto, en las cuales apoya y sostiene los fundamentos de su oposicion. La primera, la dificultosa navegacion que hizo Villarino en el reconocimiento del Rio Negro hasta el Catapuliché, donde llegó, que ella misma demuestra su inutilidad para el comercio.

Dicen que fué holgazán, errátil e ilusorio, que dejaba secar la tinta en su escritorio. Lo quiso saber todo y al fin nada ha sabido. Y una noche de invierno, cansado de la vida, dejó escapar el alma de la carne podrida y se fué preguntando: ¿Para qué habré venido? Dijeron que se había ahorcado en una hora de locura. Pero este epitafio rimado demuestra lo contrario.

Se creería que el drama español, ya en su apogeo, rinde su tributo de agradecimiento á la poesía popular, y que demuestra con toda evidencia el íntimo enlace que hay entre ambos.

El duque está loco, señor dijo Lerma , y como á tal no podéis tenerle al lado del príncipe. Su petición demuestra su locura. ¿Pues qué, vuestra majestad tiene necesidad de decir á un vasallo, por muy alto que éste sea, ni debe decirle las razones que ha tenido para quitarle un oficio que le había dado? Este es un crimen de lesa majestad, señor, que debéis castigar con energía.

Si la imposibilidad no se demuestra, entonces, no entra para nada la cuestion de la omnipotencia. Los físicos lo admiten generalmente, y lo suponen necesario para explicar el movimiento, la condensacion, la rarefaccion, y otros fenómenos de la naturaleza. A esto responderé lo siguiente.

Asi concluyó este incidente, que demuestra con claridad el reconocímiento y la protección que dispensaba el almirante Dewey á la revolución filipina. El «Filipinas», que así se llamó desde entonces el vapor en cuestión, siguió en viaje á Olongapó, y á su vuelta llevó la expedición de tropas para libertar del poder de España las provincias del valle de Gagayán y las islas Batanes.

Al frente de los dramáticos franceses que, por lo general, han imitado á los españoles, debe nombrarse á Rotrou, no sólo teniendo en cuenta el tiempo en que escribió, sino también las obras que compuso. Demuestra singular aptitud para sentir y apreciar las bellezas de sus originales, y un talento poco común para reproducirlas.

Es singular; no os demostraba, sin embargo, mucho cariño; hasta creía que os odiaba, y sin embargo, en el momento de perderos, demuestra por vos un cariño extraordinario. Su cabeza está perdida; no sabe lo que dice ni lo que hace. Se abrió la puerta de la sala y apareció el intendente en el corredor; estaba colorado, y tenía los ojos rojos de cólera.

En primer lugar, este baile se llamaba déligo, y no deligo; lo demuestra Lope de Vega en el siguiente pasaje del acto II de Los Locos de Valencia. «FEDRA. Bailemos, que estamos tristes. GERARDO. Creciendo va su porfía. LAIDA. Déligo, déligo, déligo.... GERARDO. ¿Qué es esto, sobrina mía? FLORA. Que déligo del andéligo