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No olvides que Alba, propietario de cuantiosos bienes, ha gastado una mitad de ellos en los llamados «sports», que nos traen las modas de Inglaterra. Tampoco te aconsejaría que esperes aumentar tus caudales, como Montesclaros, uniéndote a la heredera de algún rico comerciante bilbaíno. Esa gente no participa de nuestros sentimientos, no es capaz de desinterés ni de delicadeza.

Un millonario bilbaíno puede gastarse dos o tres millones en un yacht y otros dos o tres en su palacio de Algorta; pero, ¿qué hace luego con los millones restantes? Hace poco se ha fundado aquí una Compañía para lograr que el kilo de merluza no cueste nunca mucho más de seis reales; pero, ¿dónde está la compañía que venda merluzas para millonarios a mil o a dos mil duros?

D. Salustiano las juega y las pierde. Entonces su rostro se anima de nuevo. ¿Ha visto usted? me dice . Lo de la fila había sido una casualidad que no demuestra nada. Indudablemente, no hay posibilidad de ganar nunca a la ruleta. Y cogiendo cinco duros, los tira sobre la mesa: Para los empleados... Cada vez que un bilbaíno me invita a comer, me parece que me da a comer hierro.

Era el inspector de los numerosos barcos de la casa; y además, no cargaba un buque extranjero minerales de su principal que no lo despachase él, acumulando así una pequeña fortuna que le envidiaban sus antiguos compañeros de navegación. Era bilbaíno á la antigua en todas sus aficiones.

Yo tengo en Bilbao un amigo que se compró a mismo trescientas toneladas de brea. No se trata de un bilbaíno, sino de un madrileño. A poco de llegar al café del bulevar, este chico dijo que necesitaba brea. En Maxim's hubiese pedido whisky, pero en el café del bulevar se le desarrollaron apetitos de más importancia. Quería brea, muchas toneladas de brea, y cuanto antes, mejor.

Aquel organismo de combate exhalaba un olor de carne limpia y brava mezclado con fuertes perfumes de mujer. Garabato, con un brazo lleno de algodones y blancos vendajes, se arrodilló a los pies del maestro. Lo mismo que los antiguos gladiadores dijo el doctor Ruiz, interrumpiendo su conversación con el bilbaíno . Estás hecho un romano, Juan.

Un poeta bilbaíno que me quiso leer unos versos el otro día tuvo que buscar el manuscrito entre unas cuantas navieras que llevaba en la cartera. Afortunadamente, Bilbao está llamado a tener más dinero cada vez, y uno no puede imaginarse su porvenir más que en una visión gloriosa.

La blanca vedija, signo de actividad, repetíase por todo el paisaje, como una nota característica del panorama bilbaíno, avanzando por las quebraduras de la montaña donde están las vías férreas del mineral, resbalando por las dos orillas de la ría tras las chimeneas de los trenes de Portugalete y Las Arenas, ondeando sobre el casco de los remolcadores y de las máquinas giratorias de sus grúas.

Pero, por otro lado, yo no puedo menos de felicitar a un hombre que, en medio del tráfago bilbaíno, se encuentra de pronto este tesoro de un idioma perdido durante tantos siglos. Me explico que se coleccionen las palabras de vascuence con un espíritu de numismático, como pudieran coleccionarse raras, preciosas e interesantísimas monedas antiguas.

Hay quien dice que el dinero bilbaíno es más valiente que el dinero de otras ciudades españolas. Yo no creo gran cosa en la antropología del dinero. En un caso particular, el dinero puede ser más o menos audaz o más o menos timorato; pero, colectivamente, no hay calidades en el dinero: no hay más que cantidad. El dinero de un pueblo no es cobarde ni es valiente, sino que es poco o mucho.