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Arturo, que adoraba a su madre, prometiole en su lecho de muerte cuanto ella quiso; promesa tanto más fácil de cumplir, cuanto que, desde su infancia, experimentó un miedo horrible hacia su tío y había sido acostumbrado a someterse siempre, sin oponer la menor resistencia, a sus menores indicaciones.

Estuvimos sobre él cuatro dias sin poder hacer nada: hasta que un indio Cário, que habia sido su capitan, y era dueño del pueblo, vino de noche al general, pidiéndole con gran instancia, que no le destruyésemos con fuego, ofreciendo, si le permitíamos, dar traza y forma de tomarle. Prometíole el general, que no recibiria ningun daño, asegurándole lo cumpliria.

Prometióle don Quijote de hacer lo que se le aconsejaba con toda puntualidad; y así, se dio luego orden como velase las armas en un corral grande que a un lado de la venta estaba; y, recogiéndolas don Quijote todas, las puso sobre una pila que junto a un pozo estaba, y, embrazando su adarga, asió de su lanza y con gentil continente se comenzó a pasear delante de la pila; y cuando comenzó el paseo comenzaba a cerrar la noche.

¿Qué te parece desto, Sancho? -dijo don Quijote-. ¿Hay encantos que valgan contra la verdadera valentía? Bien podrán los encantadores quitarme la ventura, pero el esfuerzo y el ánimo, será imposible. Dio los escudos Sancho, unció el carretero, besó las manos el leonero a don Quijote por la merced recebida, y prometióle de contar aquella valerosa hazaña al mismo rey, cuando en la corte se viese.

La señorita de Pastor, ardiente defensora de los fueros gramaticales, prometióle hacer por todas partes propaganda de la tranvía; pero escapósele al bueno de don Casimiro que era el académico en cuestión don Salustiano Olózaga, y Leopoldina varió al punto de dictamen, exclamando muy enfadada: ¡Imposible que sea femenino!... Olózaga es un indecente amadeísta que ha impuesto a Thiers el Toisón de oro; y eso no se lo perdona ninguna alfonsina... ¡Pues no faltaba más!... ¡El tranvía se dice, y el tranvía se dirá!...

Por fin, decidiose a confiar su cuita al espadero, y éste prometiole hablar por él al Conde de Fuensalida, para que le recibiese como paje de su cámara, Ramiro sabía harto bien que el entrar al servicio de un señor tan poderoso como aquél y de sangre tan insigne, antes acarreaba lustre que desdoro, y aceptó. Recibió la plaza de gentilhombre con el cargo de ayudar al repostero de plata.

No debió la sirvienta ser muy sorda á las proposiciones del de los hábitos, por cuanto éste prometióle, en ciertas entrevistas, que si se ablandaba le daría cien ducados y le proporcionaría un marido que ni de perlas.