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D.ª Robustiana, que había oído las últimas palabras de la chica, se presentó á la puerta de la casa. ¡Pero, hombre, que siempre te has de entretener en mortificar á cuantos cruzan por aquí!... No le hagas caso, Eladia, hija mía; cuanto más enfadada te vea, más gusto le has de dar. ¡Ya, ya!... Todo es que está muy holgado. Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo espanta las moscas.

Y mientras ella se fingía algo enfadada para evitar nuevas explicaciones, Miguel recordó el rosario de Satán del amigo de Lewis y sus extraños adornos. El carruaje empezaba á ascender por la cuesta de Mónaco. Los buques y el puerto parecían hundirse gradualmente á cada vuelta de sus ruedas.

que lo estoy repuso entre severa y risueña y escape usted pronto, señor marqués, antes que le siente las costuras con el palo de la escoba. ¿Pero de veras estás enfadada? De veras lo estoy. Pues bien, te pido perdón humildemente dijo poniéndose de rodillas . Dame todos los escobazos que quieras, porque yo no pienso moverme.

Currita metió dentro la mano y encontró en el fondo un ramo marchito de aquellas fragantes flores; miró algún tiempo con cierta extrañeza, como quien pretende recordar algo, y exclamó al fin, cayendo en la cuenta: ¡Ya! Y de repente, poniéndose muy seria con la enfurruñada cara de quien se teme un chasco pesado, murmuró muy enfadada: ¡Pues tendría que ver!... ¡Estaría bonito!...

No debes transigir. Pero la transigencia, como la intransigencia, tiene sus métodos. Se puede ser intransigente con bondad, con dulzura, con suavidad. No te pongas nunca furiosa; no seas agria, díscola, violenta. La cólera es el peor de los métodos. Cuando llega estoy lo más enfadada. Pero sólo con verle se me pasa el enojo. Su presencia es para lo que para los pájaros la aurora.

El maldito inglés tuvo la culpa y me la ha de pagar. ¡Dios mío, cómo me puse!... ¿Y qué dije, qué dije?... No hagas caso, vida mía, porque seguramente dije mil cosas que no son verdad. ¡Qué bochorno! ¿Estás enfadada? No, si no hay para qué... Cierto. Como estabas... Jacinta no se atrevió a decir «borracho». La palabra horrible negábase a salir de su boca. Dilo, hija.

Francisca... volvió a decir la pobre Paulina completamente enfadada esta vez. Ea, no hables ahora como mi madre exclamó Francisca cada vez más exasperada. Me fastidias y me irritas... ¡Vamos, niñas!... ¿Qué pasa? preguntó la abuela desde el extremo del salón. Pasa, señora, que estoy muy enfadada respondió Francisca. Venid un poco con nosotras; nuestro juicio corregirá vuestra exuberancia.

Me parece que debe de estar en la habitación de la señora. Se encaminó hacia allá. A la puerta misma del cuarto de doña Gertrudis encontró a Marta, que salía de evacuar sin duda algún encargo de su madre. La niña, que aun llevaba el geranio rojo en el pelo, así que le vio dirigiole una sonrisa dulce, con señales de hallarse avergonzada. ¿Estás enfadada todavía, Martita? le preguntó en voz baja.

Al oír esta expresión de cariño, dicha por el Delfín tan espontáneamente, Jacinta arrugó el ceño. Ella había heredado la aplicación de la palabreja, que ya le disgustaba por ser como desecho de una pasión anterior, un vestido o alhaja ensuciados por el uso; y expresó su disgusto dándole al pícaro de Juanito una bofetada, que para ser de mujer y en broma resonó bastante. «¿Ves?, ya estás enfadada.

Amparito, nunca te he visto tan enfadada, ni tan guapa tampoco.... Aquí está la invitación dijo sacando la cartera. Métela en ... exclamó la sultana con desprecio. Fué preciso que el banquero se humillase a rogarle que la aceptara. Al cabo de muchas súplicas se dignó tomarla. Bien; déjala ahí y vete al pasillo por haberme puesto tan nerviosa.