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La noche del veinte al veintiuno de abril se cometió el mayor crimen de la historia humana: unos malhechores, que nombraré luego, raptaron a nuestras mujeres, las bellas sabinas. ¡, es verdad! ¡Completamente exacto! ¡Justamente, el veinte de abril por la noche! ¡Vaya una memoria! ¡Qué talento, Dios mío! MARCIO. ¡Los raptores innobles fuisteis vosotros, señores romanos!

25 los hijos de Gabaón, noventa y cinco; 26 los varones de Belén y de Netofa, ciento ochenta y ocho; 27 los varones de Anatot, ciento veintiocho; 28 los varones de Bet-azmavet, cuarenta y dos; 29 los varones de Quiriat-jearim, Cafira y Beerot, setecientos cuarenta y tres; 30 los varones de Ramá y de Geba, seiscientos veintiuno; 31 los varones de Micmas, ciento veintidós;

Ahora, que nos encontramos frente a frente, espero que no intentaréis escaparos y nos daréis una respuesta clara y franca. ¿Recordáis, señores romanos, el delito que cometisteis la memorable noche del veinte al veintiuno de abril? MARCIO. ¿Lo recordáis o no? ¿Vosotros también os habéis olvidado de todo? No puedo continuar mientras no hagáis memoria.

La joven se puso pálida y llevándose la mano al corazón se alzó del asiento para salir de la glorieta. Tristán había sido su primero y su único amor. Cuando se conocieron ella tenía trece años y él veintiuno. La impresión que en su naturaleza infantil produjo aquel joven guapo, elegante y de cuya inteligencia toda la familia se hacía lenguas no se borró jamás.

32 los varones de Bet-el y de Hai, ciento veintitrés; 33 los varones del otro Nebo, cincuenta y dos; 34 los hijos del otro Elam, mil doscientos cincuenta y cuatro; 35 los hijos de Harim, trescientos veinte; 36 los hijos de Jericó, trescientos cuarenta y cinco; 37 los hijos de Lod, Hadid, y Ono, setecientos veintiuno; 38 los hijos de Senaa, tres mil novecientos treinta.

, pero no antes de haber cumplido los veintiuno, señoritas. ¡Oh, eso no me importa! respondió Blanca. ¡Pero a mi si me importa! De ningún modo aguardaré cinco años. Aguardarás cinco años, Reina, a no ser que se algún caso extraordinario. Y ¿qué llamáis un caso extraordinario, tío? Un partido tan conveniente que fuera absurdo rechazarlo.

Así, pues, Cleopatra, ¿reconoces que y las demás mujeres sabinas fuisteis raptadas durante la noche del veinte al veintiuno de abril? ¿No es eso? CLEOPATRA. ¡Ya lo creo! ¡Desde luego no nos fugamos solas! MARCIO. No, veo que no comprende todavía. Señor pro... CLEOPATRA. ¡Esto es demasiado, Marcio!

El padre de Beethoven quería hacer de él una maravilla, y le enseñó a fuerza de porrazos y penitencias tanta música, que a los trece años el niño tocaba en público y había compuesto tres sonatas. Pero hasta los veintiuno no empezó a producir sus obras sublimes.

Con esta ilusión se durmieron ambas, y en sueños seguían oyendo el tin, tin... La casa era como un inmenso cuerpo, y sudaba, y por cada uno de sus infinitos poros soltaba una onza, o centén, o monedita de veintiuno y cuartillo.

¡Bribona, la has hecho hoy ... y yo te voy á abrir en canal! grita exasperado el Tuerto al notar la turbación, cada vez más visible, de su mujer. Á ver el dinero, digo, ¡pronto! La interpelada saca, temblando, unos cuartos de su faltriquera, y sin abrir toda la mano, se los enseña á su marido. ¡Esos no son más que ocho cuartos ... y yo te dejé veintiuno!... ¿Ónde están los otros?...