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Me dio cuenta de que aún no había hablado con su padre, porque éste se había retirado tarde. «No importa; en cuanto se despierte voy allá y en cuatro palabras le pongo al corriente de todo. Pierda usted cuidado, que ha de hacer en su obsequio lo que pueda. Pidiéndoselo yo...» A pesar de las seguridades que me daba, no dejé de sentir cierta inquietud.

El franco y los céntimos trabajosamente ahorrados quedaban atrás de la popa, se perdían en el horizonte como algo vergonzoso que convenía olvidar. Eran el ensueño y la miseria de una humanidad anterior que afortunadamente no volvería a existir. Hay que ser prudente repitió Marcela ; piense usted en el negocio y no pierda el tiempo en amores.

Sus honorarios están fijados en seis mil francos por año. ¿Le conviene? Me conviene grandemente y todas las precauciones y delicadezas de su amistad me conmueven vivamente; pero, para decirle la verdad, temo ser un hombre de negocios muy poco entendido, algo novicio. Pierda cuidado sobre ese punto, amigo mío. Mis escrúpulos se han anticipado á los suyos y no he ocultado nada á los interesados.

No: más vale que tengan libertad ciento que no la comprenden, que la pierda uno solo que conoce su valor. Los males que con ella pudieron ocasionar los ignorantes son inferiores al inmenso bien que un solo hombre ilustrado puede hacer con ella. No privemos de la libertad á un discreto por quitársela á cien imprudentes."

Aconsejaríale yo que ni tome cohecho, ni pierda derecho, y otras cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su tiempo, para utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que gobernare.

Con este ruido, furia y alboroto llegaron donde Sancho estaba, atónito y embelesado de lo que oía y veía; y, cuando llegaron a él, uno le dijo: ¡Ármese luego vuestra señoría, si no quiere perderse y que toda esta ínsula se pierda! ¿Qué me tengo de armar -respondió Sancho-, ni qué yo de armas ni de socorros?

Pierda usted cuidado. Mientras dure el lance, no sentirá usted dolor alguno en las piernas. ¿No le ha sucedido dejar de sentir el dolor de una muela en el momento de llamar a la puerta del dentista para sacarla? Este símil consolador produjo inmediatamente en el ayudante un acceso de risa, que duró buen rato.

Usted dirá. Que venga V. conmigo a beber una botella de cerveza al Suizo. No me gusta la cerveza. Quien dice cerveza, dice cognac, marrasquino, chartreusse..., en fin, lo que V. guste. No tengo inconveniente en ello: lo que sentiré es que, por mi causa, pierda V. alguna otra clase. No señor, ya las he perdido todas. Pues vamos allá. Y se emparejaron caminando en dirección al café Suizo.

LANGOSTINOS A LA AMERICANA. Cortar en trozos la carne de una langosta fresca y hacerlos saltar en la sartén a buena lumbre, en aceite con cebollas y charlotas picadas. Hacer que se reduzca la salsa a lumbre viva. Servir inmediatamente. LANGOSTA. Lo mismo entera que cortada a pedacitos o ruedas, se mete en agua hirviendo unos minutos, cuidando de quitar bien la veta y que no pierda el jugo.

Si alguien hubiera podido ver en aquel momento de éxtasis al viejo Rogerio Chillingworth, no tendría que preguntarse cómo se comporta Satanás cuando logra que se pierda un alma preciosa para el cielo y la gana para el infierno. Pero lo que distinguía el éxtasis del médico del que experimentaría Satanás, era la expresión de asombro que lo acompañaba.