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Por todas partes se veían montones de ruinas, árboles y campos quemados, viñedos cubiertos de piedras, puentes destrozados y aquí y allá un castillo ó un monasterio convertidos en escombros; señales por doquier del asolamiento y la rapiña. Aquel espectáculo contristó el ánimo de los viajeros y el barón empezó á preguntarse con recelo si en tal yermo hallaría provisiones para su pequeña tropa.

Desgraciado el que desde sus primeros años no se acostumbra á rechazar la lisonja, á dar á los elogios que se le tributan el debido valor; que no se concentra repetidas veces, para preguntarse si el orgullo le ciega, si la vanidad le hace ridículo, si la excesiva confianza en su propio dictámen le extravía y le pierde.

Quien desea pensar bien, es preciso que se acostumbre á estar mucho sobre , recordando continuamente esta importantísima verdad; es necesario que se habitúe á concentrarse, á preguntarse con mucha frecuencia: «¿tienes el ánimo bastante tranquilo? ¿no estás agitado por alguna pasion que te presenta las cosas diferentes de lo que son en ? ¿estás poseido de algun afecto secreto que sin sacudir con violencia tu corazon le domina suavemente, por medio de una fascinacion que no adviertes?

Pero la experiencia era nueva para Roger, y el contacto de la villana le produjo una impresión para él desconocida hasta entonces. Pensando iba en ello al dejar la casuca y recordó las palabras del abad, acabando por preguntarse qué hubiera dicho y sentido éste en caso parecido al suyo. Pero llegado de nuevo al camino vió Roger un cuadro que le hizo olvidar todo lo restante.

Adriana solía preguntarse, sin embargo, si la apasionada humildad de Julio correspondía íntegramente a un sentimiento real, y si no habría exageración, acaso vaga ironía en sus palabras tan rendidas, tan espontáneas y semejantes, a veces, a la confesión que pudiera hacer un niño. ¡Qué no hubiera dado, en tales momentos, para penetrar siquiera por un instante el alma de Julio!

Además, jugó fuerte en el club hasta la madrugada, en busca de fugitivas ganancias. ¡Ay, su amor!, ¡su pobre amor humillado y envilecido por las preocupaciones del dinero!... ¡Adiós las inconsciencias del pájaro errante, el desprecio por las previsiones del mañana!... Sus besos tenían muchas veces el crispamiento de caricias desesperadas; quedábanse de pronto absortos los dos y tenían miedo de preguntarse en qué pensaban.

Aquella expresión era tan inteligente, y sin embargo tan inexplicable, tan perversa, y á veces tan maligna, aunque en lo general acompañada de una gran exuberancia de extravagante buen humor, que Ester no podía menos de preguntarse si Perla era en realidad una criatura humana.

Después de preguntarse por la salud y de unas cuantas frases superficiales, Tristán abordó con premura, pero en tono afectadamente sosegado, la magna cuestión que allí le conducía.

Pero a la mañana siguiente su voluntad parecía ablandada durante el sueño. «¿Por qué no?», volvió a preguntarse. Necesitaba verla otra vez. Era para él la primera mujer entre todas las que había conocido; le atraía con una fuerza distinta al afecto sentido por las otras. «La tengo ley», se dijo el torero, reconociendo su debilidad... ¡Ay! ¡cómo había sentido la violenta separación!...

Anteriormente á todos los sistemas, la humanidad ha estado en posesion de esta certeza, y en el mismo caso se halla todo individuo, aun cuando en su vida no llegue á preguntarse qué es el mundo, qué es un cuerpo, ni en qué consisten la sensacion, el pensamiento y la voluntad.