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SANCHO. No me dilates, señor, Tanto bien; mis ansias mira, Y que desde aquí a mañana Puede un pequeño accidente Quitarme el bien que presente La posesión tiene llana. Si sabios dicen verdades, Bien dijo aquel que decía Que era el sol el que traía Al mundo las novedades. ¿Qué yo lo que traerá Del otro mundo mañana? D. TELL. ¡Qué condición tan villana! ¡Qué puesto en su gusto está!

¡Un anónimo! pensaba. Su indómita generosidad popular se despertó. La pequeñez de la villana acción se le hacía muy patente al ir a perpetrarla.

Pero, volviendo a la plática que poco ha tratábamos del encanto de la señora Dulcinea, tengo por cosa cierta y más que averiguada que aquella imaginación que Sancho tuvo de burlar a su señor y darle a entender que la labradora era Dulcinea, y que si su señor no la conocía debía de ser por estar encantada, toda fue invención de alguno de los encantadores que al señor don Quijote persiguen; porque real y verdaderamente yo de buena parte que la villana que dio el brinco sobre la pollina era y es Dulcinea del Toboso, y que el buen Sancho, pensando ser el engañador, es el engañado; y no hay poner más duda en esta verdad que en las cosas que nunca vimos; y sepa el señor Sancho Panza que también tenemos acá encantadores que nos quieren bien, y nos dicen lo que pasa por el mundo, pura y sencillamente, sin enredos ni máquinas; y créame Sancho que la villana brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió; y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.

Y en Tirso de Molina, acto II, de La Villana de la Sagra: «CARRASCO. No hay tal pariente en el mundo como el dinero en la mano; éste es pariente de veras; que lo demás es quimeras: él es padre, primo, hermano. D. LUIS. Carrasco, lo propio pienso que se usa en cualquier lugar.

Luego, encarándose con su esposo: Nada de esto sucediera si no fuese vuestra cobardía. Poco falta ya para que nuestros hijos se acuchillen en vuestras barbas. El hidalgo bajaba cada vez más la cabeza, y sus manos frotaban nerviosamente los brazos del sillón. Doña Urraca prosiguió: ¿Qué sangre villana lleváis en esas venas, señor, que no os deja volver por la honra de vuestra casa?

Todo eso estaba en lo verosímil; mas herirme villana y sañudamente sin más pecado que el de amarla, no era creíble. Debía de haber gato encerrado. El acto de aquella noche parecía inspirado en un deseo de venganza, y para vengarse, menester era una ofensa previa. Esta consideración me dio harto consuelo.

Perdónenme ustedes. Hicieron lo posible por calmarlo. En el fondo, ni a uno ni a otro les parecía tan mal aquello. Después de todo, la acción del Duque había sido tan villana, que bien estaba que se castigase villanamente. Peña, durante el camino, llegó a decir cuchufletas acerca de la soberana paliza que el magnate acababa de recibir.

Afirmaba doña Inés que ella había deseado y deseaba siempre buscar un santo retiro; pero ya que no podía ser por las mil obligaciones que había contraído y que le era indispensable cumplir por enojosas que fuesen; porque tenía hijos que criar y educar, marido de que cuidar y hacienda que ir conservando y mejorando, a fin de transmitirla a los que habían de heredar un nombre ilustre, que deslustrarían al quedar huérfanos y abatidos por la villana pobreza.

Con palabras eficacísimas y juramentos estraordinarios, me dio la palabra de ser mi marido, puesto que, antes que acabase de decirlas, le dije que mirase bien lo que hacía y que considerase el enojo que su padre había de recebir de verle casado con una villana vasalla suya; que no le cegase mi hermosura, tal cual era, pues no era bastante para hallar en ella disculpa de su yerro, y que si algún bien me quería hacer, por el amor que me tenía, fuese dejar correr mi suerte a lo igual de lo que mi calidad podía, porque nunca los tan desiguales casamientos se gozan ni duran mucho en aquel gusto con que se comienzan. »Todas estas razones que aquí he dicho le dije, y otras muchas de que no me acuerdo, pero no fueron parte para que él dejase de seguir su intento, bien ansí como el que no piensa pagar, que, al concertar de la barata, no repara en inconvenientes.

Sin contar que no escaparéis á la venganza del arrendatario de Munster cuando sepa la villana manera como tratáis á su hermano en sus mismas tierras. ¡Nuestra Señora de Rocamador me valga! exclamó asustado el malhechor bajando su arma. ¿Vos hermano de Hugo de Clinton? ¡Cómo había de figurármelo! No seré yo quien os robe ni os detenga un momento más.