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Tranquilízate, sal de aquí, con quedarte no le devolverás la vida. El joven prorrumpió en una risa tan estridente y tan siniestra, que su padre se estremeció hasta la médula de los huesos. Su estupor acababa de disiparse de improviso; saltó con los ojos brillantes, e hinchadas las venas de las sienes. ¿Dónde está mi madre? gritó avanzando hacia el anciano. Este trató de calmarlo.

Media hora después, los dos iban en dirección a la aldea. Pablo hablaba, hablaba, hablaba! Su madre no estaba allí para calmarlo y moderarlo, de manera que su alegría se desbordaba. Mirad, señor cura, hacéis muy mal en tomar las cosas por su lado trágico... ¡Ved cómo trota mi yegua! ¡cómo levanta las patas! Vos no la conocíais. ¿Sabéis cuánto he pagado por ella? Cuatrocientos francos.

Muy raras veces, casi siempre durante la noche, cuando el bosque invisible, sacudido por el viento, lanzaba gemidos lastimeros, alguno de los enfermos, presa de una angustia mortal, empezaba a dar gritos. Por lo general, se acudía con presteza a calmarlo; pero ocurría en ocasiones que el terror y la angustia eran tales que resultaban ineficaces todos los calmantes, y el enfermo seguía gritando.

El Duque, cada vez más inquieto, le dijo: Serénese usted, señora. Soy un verdadero amigo de usted y de Belinchón. Cualquiera que sea el disgusto que usted tenga, yo lo comparto como si fuese mío también, y estoy dispuesto a hacer todo lo que esté de mi parte para calmarlo. Muchas gracias... muchas gracias murmuró la señora sin separar el pañuelo de los ojos.

En el mismo lugar donde él había reinado hasta entonces como señor iba a instalarse una extraña, y su situación, en su propia casa, iba a depender de la generosidad y de la condescendencia de aquella mujer. Las muestras de cariño que por adelantado le daba tan familiarmente la hija del molinero no lograron calmarlo ni hacerle olvidar su despecho.

Cerca de las siete. ¿Cómo es que Juan no ha venido? La impaciencia del señor Aubry empezaba a manifestarse con la fiebre de la noche, y su enervamiento aumentaba hasta la llegada del joven. Con voz cariñosa, María Teresa trataba de calmarlo: No es tarde, usted sabe que no puede venir hasta las ocho.

Vio otras tierras, otros hombres, esperando dejar su dolor a lo largo de los caminos del mundo; pero nada fue suficiente para calmarlo. En Niza, delante de la tumba de su hermana, lloró ardientes lágrimas que lejos de extinguir el fuego lo reanimaron.

Perdónenme ustedes. Hicieron lo posible por calmarlo. En el fondo, ni a uno ni a otro les parecía tan mal aquello. Después de todo, la acción del Duque había sido tan villana, que bien estaba que se castigase villanamente. Peña, durante el camino, llegó a decir cuchufletas acerca de la soberana paliza que el magnate acababa de recibir.

Goro quería llevarla al juzgado y que pagase el daño, pero yo conseguí calmarlo y que la perdonase porque me daba lástima... Pues en vez de agradecerlo la picarona el otro día en la fuente me tiró unas indirectas tan picantes... ¡Qué indirectas, hija mía!... Que si yo era una holgazana, una comedora, que hacía trabajar á mi marido como á un burro, que echaba sobre ti el peso de la casa... que os mataba de hambre mientras yo me comía á solas magras de jamón y torta... ¡No cómo me contuve y no la arranqué los pocos pelos que tiene en el moño!