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Todo eso estaba en lo verosímil; mas herirme villana y sañudamente sin más pecado que el de amarla, no era creíble. Debía de haber gato encerrado. El acto de aquella noche parecía inspirado en un deseo de venganza, y para vengarse, menester era una ofensa previa. Esta consideración me dio harto consuelo.

Ante su paso se despoblaban las alquerías; sus habitantes ocultábanse para no saludarlo; los perros salían al camino ladrando sañudamente, como si no le hubiesen visto nunca.

Eran «la segunda hornada» de exploradores, los que habían de contornear el mundo recién descubierto, a través del naufragio y la muerte. Embarcábanse años después los de «la tercera hornada», los conquistadores de reinos y fundadores de ciudades, que, mal avenidos con la paz del triunfo, acababan por pelearse entre ellos sañudamente en una guerra de banderías estúpida y feroz.

Total: exponer la vida y la libertad para salir a fin de mes por un jornal de seis reales. ¡Y todavía los guardas ladrones, que gozaban de un buen sueldo, les perseguían sañudamente!... Los de caballería eran objeto de sus maldiciones.

Más que bofetada fue un empujón; pero el endeble esqueleto de Rubín no pudo resistirlo; puso un pie en falso al retroceder y se cayó al suelo, diciendo: «Te voy a matar... y a ella también». Revolcose en la tierra; se le vio un instante pataleando a gatas, diciendo entre mugidos... «¡ladrón, ratero... verás!...». Santa Cruz estuvo un rato contemplándole con la calma fría del ofuscado asesino, y cuando vio que al fin conseguía levantarse, se fue hacia él y le cogió por el pescuezo, apretándole sañudamente cual si quisiera ahogarle de veras... Reteniéndole contra el suelo, gritaba: «Estúpido... escuerzo... ¿quieres que te patee...?».