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Tiempo no le faltaría para retirarse a la vida privada, tan tranquilo. ¿Qué había de suceder, pues, cuando llegó a oídos del desgraciado corredor, que el propio don Bernardino Esteven acababa de dar la soberbia costalada que decían? Se revolvió como una fiera, levantando la maza de sus puños, dispuesto a triturar, cual una nuez, entre sus dedos, la maligna noticia.

Esta fué la sanidad que milagrosamente dió la madre de Dios á Zumacaze, sobrino del cacique, que abrasado por muchas semanas continuas de una maligna fiebre, se le habían secado las carnes y consumido las fuerzas, de suerte que, como incurable, le habían, á su usanza, dejado en un total desamparo.

15 Como salió del vientre de su madre, desnudo, así vuelve, yéndose tal como vino; y nada tiene de su trabajo para llevar en su mano. 17 Además de esto, todos los días de su vida comerá en tinieblas, con mucho enojo y dolor e ira. Esto vanidad es, y enfermedad maligna. 4 Porque en vano vino, y a tinieblas va, y con tinieblas será cubierto su nombre.

Por entre los árboles vi reunidos a Suárez y a Joaquinita, que nos miraban con sonrisa despechada y maligna. No hice caso; pero Gloria, que también acertó a divisarlos, se puso seria repentinamente y no tardó en bajarse. Volvimos a reunirnos al grupo mayor.

¡Ya me lo figuraba yo! exclamó Currita con maligna complacencia . Si quien habla mal de la pera, la bendice y se la lleva. ¡Exacto!

Y si tienes en algo lo que lleva ya estampado en sus tablitas de cera, ¡quién te asegura a ti que no será borrado por la impresión de otra cosa, y que esta nueva impresión no resultará llaga maligna y enfermedad incurable?

Otra cosa muy distinta sucede á esos críticos modernos, que rebuscan con maligna alegría en las obras de los poetas, con el propósito de averiguar si encuentran algún pensamiento, algún giro ó expresión, tomada de otros, ignorando que su botín sería mucho más considerable si examinaran las obras de los grandes poetas de los tiempos pasados, y si supieran que, al hacerlo así, eran también grandes y verdaderos poetas.

En tal alegría maligna había el rencor inextinguible de la mujer desdeñada, pero también algo alado, sonoro, vaporoso, como la esperanza, que cantó y rió en su alma y disipó los negros pensamientos que se acumulaban sobre su frente. La necesidad, no su querer, la obligaban a volver a Lancia, donde había jurado no poner los pies nunca más. Su marido tenía hecho testamento a su favor.

Y los dos borrachos, agarrados fraternalmente de los hombros, con las húmedas nances casi juntas, asomábanse a la puerta del cafetín con risita maligna al pensar que molestaban al dueño. ¡Fuego...! ¡fuego...! Y después de gritar se metían apresuradamente en la taberna, fingiendo susto, como chicuelos que acaban de hacer una travesura. Los organizadores de la falla se resistían.

Pero ahora, aleccionado, se propuso dominarse, cerciorarse de si aquella maligna insinuación tenía algún fundamento, y si por desgracia esto sucediese, tomar una venganza cumplida, y que fuese sonada. Gran trabajo le costó disimular la emoción que le embargaba. No estaba avezado a ocultar sus sentimientos. Mas el vivo deseo de salir de dudas, le ayudó poderosamente.