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Actualizado: 29 de junio de 2025
Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El reflejo del astro moribundo ponía una chispa de maligna vida en el óseo rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en su sonrisa que daba espanto... ¡Sí; era ella!
Si en lo tocante a prendarse de las guapezas del alma había adelantado poco, en otro orden algo iba ganando. Gozaba de cierta paz espiritual, desconocida para ella en épocas anteriores, paz que sólo turbaba Mauricia arrojando en sus oídos una maligna frase.
Y sufría sin embargo lo indecible al sentirse ya incapaz de ser buena, incapaz de resistir la influencia maligna, aquella influencia que ya, durante su infancia, la había aterrado alguna vez: así cuando Raquel, empañados por el llanto los hermosos ojos verdes, se defendía de sus golpes despiadados cubriéndose la cabeza con las manecitas abiertas.
Volví hace dos días y al llegar al castillo, se me dijo que el anciano señor Laroque me llamaba con insistencia desde por la mañana. Pasé inmediatamente á su departamento. Desde que me divisó, una pálida sonrisa vagó por sus ajadas mejillas, detuvo sobre mí una mirada en la que creí ver una expresión de maligna alegría y de secreto triunfo, diciéndome luego con voz sorda y cavernosa.
Esto bastó para que recobrase la serenidad. La «señora consejera» seguía con ojos fijos la marcha del juego. El miró también, y una sonrisa maligna contrajo levemente los extremos de su boca, al mismo tiempo que se decía mentalmente, á guisa de consuelo: «¡Capitán, capitán!... No sabes lo que te espera.»
Cuando éste ordenaba a la tripulación, ágil y maligna como una tropa de monos, «Larga escota», los demonios juguetones aferraban las velas del trinquete y de la mesana. Y cuando mandaba «Iza», ellos amainaban.
Vio agitarse los matorrales como movidos por una bestia obscura, cautelosa y maligna. Allí estaba el enemigo. Primero avanzó la cabeza, luego el busto, al fin sacó las piernas de entre el ramaje crujidor.
No le quedaba ahora otra idea que huir sin descanso hacia el mar, otra esperanza que los galeones. Soñaba en alguna región de las Indias, donde las plantas, las frutas, las aves, las estrellas, todo fuera nuevo para él y nada le recordase la tierra vieja y maligna en que había nacido, aquella tierra en que todo era adversidad, maleficio, embrujamiento.
Otras, las más resueltas, dedican sus esfuerzos a la caza de cigarras y otros bichos temerosos. Pero luego tornan a juntarse porque hay una chica muy aturdida que apuesta a encaramarse en un árbol si la ayudan, y hay otra maligna que dice que sí, que ella la ayudará. Manos a la obra. Empezó la animosa joven, que se llama Consuelo, a poner sus piececitos en las rugosidades del roble más asequible.
Aunque entre nosotros no exista hace tiempo verdadero matrimonio, el lazo social que nos une no se ha roto. Ella tiene el deber de respetarlo... Si no lo respeta añadió sordamente, nos veremos. Miss Florencia dejó escapar una risita maligna. ¡Es gracioso! ¡es gracioso! ¿El qué es gracioso? preguntó él cogiéndola por la muñeca y apretándola convulsivamente.
Palabra del Dia
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