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Actualizado: 29 de junio de 2025
Sabía de buena tinta que la traviesa Amparito había tronado con el artillero; consideraba además como de muy buen signo que doña Manuela hubiese invitado a su familia, desechando la anterior frialdad; pero a pesar de esto, el bebé le había recibido con una sonrisa maligna, burlona, y antes de que hablara, se agarró del brazo de sus amigas, dejándole con la palabra en la boca.
El asistente le impone el más profundo silencio, y prosigue la causa empezada en la forma ordinaria; el Rey le recomienda con maligna ironía que no omita medio de descubrir al culpable y de castigarlo, sea cual fuere su rango, con todo el rigor de la ley. Juan Pascual no se desconcierta por esto en lo más mínimo.
Estupenda filisberta toledana, tenía entre las rodillas, apoyándose las manos en ella, una daga flamenca le parecía en la cintura, y en su traza picaril y en su catadura aviesa y maligna, cualquiera le juzgara de la genealogía y linaje de los famosos Rinconete y Cortadillo.
El caso es manifestó la maligna joven con tristeza que nos vamos a ir pronto. Eso no importa. Voy a tocarlo en seguida... Verá usted. Y se fue a buscar al pianista.
Sabedor de los enredos de la testamentaría de Vargas, y del profundo cisma de ambas familias, solía él decir con maligna intención, en el seno de la confianza, que quién sabe cuál de los dos, si el millonario don Bernardino o Agapo el atorrante, mantenía más honrado el apellido. A casa de los Esteven iba contadas veces.
Apolonio, que ya le conocía y le estaba espiando desde dentro de la tienda, se sintió, por misteriosa manera, humillado. Ahito y ebrio con el éxito, ¿qué le importaba a él la expresión hipócrita y maligna del ya desbaratado rival?
En ciertos momentos sus ojos agrandábanse con expresión de espanto, como si sintiera el contacto de algo frió e invisible en las manos crispadas que tendía ante ella. La tía Alcaparrona mostraba menos confianza que al iniciarse la enfermedad. ¡Si echara la cosa maligna que lleva aentro! exclamó mirando a Rafael.
Mirando instintivamente por la ventana entreabierta, pues era verano, el joven ministro vió á Ester y á Perla en el sendero que atravesaba el recinto sepulcral. Perla lucía tan bella como la luz de la aurora, pero se encontraba precisamente en uno de esos accesos de alegría maligna, que cuando se presentaban, parece como que la segregaban por completo de todo lo que era humano.
Míster Power entró al mismo tiempo en la cubierta, con toda la lozanía de su atlética belleza, para recibir, conmovido y ruboroso, el abrazo violento de la señora, que casi se colgó de su cuello. Llovieron besos sobre su bigote recortado, besos ruidosos que a Fernando le pareció que iban dedicados a su persona con una intención maligna.
Tenían la vaga expresión del que ha puesto su pensamiento muy lejos y ve lo que no pueden ver los demás. Recordó á Canterac y á Pirovani, tan intensamente como si los hubiese encontrado el día anterior. Vió después un rostro de mujer sonriendo con expresión maligna. A través del tiempo y la distancia hacía sentir aún la influencia de su paso por este rincón de la tierra.
Palabra del Dia
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