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Actualizado: 29 de junio de 2025
Petra se encargó de presidir el servicio de la mesa de aldea, aún vestida de aldeana del país, y colorada, echando chispas de oro de los rizos de la frente, y chispas de brasa de los ojos vivos, elocuentes, llenos de una alegría maligna que robaba los corazones de los aldeanos y de algunos clérigos rurales.
Después de algunos instantes prosiguió en silencio y con mano temblorosa su tarea. No era la primera vez que había sonado en sus oídos tal noticia. Cuando más niña, alguna compañera maligna le había injuriado de este modo. No le había hecho caso; ni siquiera había pensado en ello. ¿Por qué ahora le producía tan viva impresión?
Creo que va á hacerse soldado; me habló de la Legión extranjera. De él se puede esperar cualquier disparate. ¡Un hombre que gana y huye!... Luego, como si la máquina desarreglada de su cerebro funcionase lógicamente por unos segundos, añadió, con una sonrisa maligna: Doña Clorinda también se ha ido á París.
Sin embargo, con la conciencia de que la maligna y venenosa influencia del aventurero Dawson había desaparecido, volvimos a la patria algo más tranquilos.
Esta maligna insinuación de la Fleurota acababa de despertar en su espíritu una inquietud mal adormecida. Esta mujer, contemporánea de Miguelina, a la que había tratado sin duda con familiaridad, recibió tal vez algún día íntimas confidencias de la hostelera del Sol de Oro. Era mujer muy despierta y debía saber muchas cosas.
Un hombre que pasa entre vosotros los hombres por sensato; todos le consultan: es un célebre abogado; la librería que tiene al lado es el disfraz con que os engaña. Acaba de asegurar a un litigante con sus libros en la mano que su pleito es imperdible; el litigante ha salido; mira cómo cierra los libros en cuanto salió, como tú arrojarás la careta en llegando a tu casa. ¿Ves su sonrisa maligna?
Sí, pero nada de nuevo... Pues yo tengo mucho de nuevo dijo el doctor Eneene con una risita maligna; el diputado aquel que nos andaba sacando el cuerpo, sin duda porque ya me tomaba olor a muerto, se ha venido a buenas y me responde de la votación. ¿Qué tal? y ahora, poco antes de llegar usted, estuvo a verme el representante de una sociedad anónima extranjera, pero yo no he querido soltar prenda todavía.
Recordaban los rigodones en el pabellón de la Agricultura y los alegres valses en el del Comercio; pensaban en los trajes que les había traído la modista francesa, y que guardaban intactos para dar golpe en la Alameda en la primera noche de feria, y hasta sentían su poquito de maligna alegría considerando el efecto que su elegancia causaría en las amigas.
Luego se puso serio y murmuró de mal humor: No lo sé. ¿Viaja lejos de Esparta? El pintor visiblemente molesto se contentó con alzar los hombros, dirigiendo en seguida la palabra a la condesa. El vizconde hizo un guiño a Narciso Luna y dejó escapar una risita maligna. Se levantaron de la mesa. El café se les sirvió en el gabinete de la condesa.
Delgada, más bien escuálida y mal vestida, parecía pasar bastante de los cincuenta. Sus cabellos mal peinados caían en grises mechones sobre su arrugado cuello; su rostro de cabra vieja, en que lucían dos brillantes ojos, tenían una expresión de maligna desvergüenza. ¿No me reconoce usted? insistió.
Palabra del Dia
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