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Bien, bien.... Yo quería decir misa antes de tomar el chocolate. Hoy no podrá, porque tiene la llave de la capilla el señor abad de Ulloa, y Dios sabe hasta qué horas dormirá, ni si habrá quién vaya allá por ella. Julián contuvo un suspiro. ¡Dos días ya sin misar!

El preboste era el guardian de aquel convento; era el abad de aquella abadía.

El silencio profundo que siguió á aquellas palabras, aun más que los ademanes y el aspecto horrorizado de algunos religiosos, reveló cuán profunda y unánime era la reprobación de los oyentes. ¿Quiénes son los testigos de tan enorme pecado? preguntó el abad con voz que delataba su indignación.

Al pensar así, había en el ánima de nuestro buen religioso su puntita de envidia. Y esto era lo que le escarabajeaba a fray Venancio, y lo que hizo voto de realizar en pro del decoro de su comunidad. El padre Antolín, para quien el padre Venancio no tenía secretos, creyó irrealizable el propósito, pues los lienzos no los pintan ángeles, sino hombres que, como el abad, de lo que cantan yantan.

Al poco tiempo y después de haber bebido un enorme vaso de agua con vinagre, después de haber logrado con grandes esfuerzos obtener una serenidad aparente, la duquesa dijo á la joven dama de honor: ¡Ya se ve! ¡es tan tétrica esta cámara! luego, esas ventanas que golpean... el ruido de la lluvia... y además... antes de dormirme leía Los miedos y tentaciones de San Antonio Abad.

Para elegir un abad se echaba mano del personage mas temido de la comarca; por otra parte los magnates ambicionaban los bienes de la iglesia, la mitra y el báculo, y los conseguian en cambio de su protectorado. De aquí desórdenes irremediables, violacion de reglas, desprecio de los cánones, olvido de los estudios, depravacion del clero, ignorancia universal.

Verdad es que trabajaban de firme, porque el venerable abad Fray Diego de Berguén era tan severo con todos ellos como consigo mismo, que es mucho decir, y en su convento no se toleraban holgazanes. Mientras se reunían frailes y novicios el abad, cruzadas las manos y preocupado el semblante, recorría de extremo á extremo la gran sala del monasterio destinada á los actos solemnes.

El abad contempló desde su asiento en el estrado las dos hileras de monjes, cuyos rostros plácidos, rollizos y bronceados por el sol, con raras excepciones, y cuya expresión satisfecha, daban clara muestra de la vida tranquila y feliz que allí llevaban. Fray Diego fijó después su penetrante mirada en el joven religioso sentado frente á él y dijo: Sois el acusador, hermano Ambrosio.

Su propio criterio dijo á Roger que al pasar del servicio del abad al del barón, lejos de perder había efectuado un cambio ventajoso.

Ha enriquecido mis ideas con un nuevo sentido; y quiero escribir en mi libro de memoria que existe este sentimiento... ?Quien esta ahi? Senor, el abad de San Mauricio pide permiso para hablaros. Que la paz sea con el conde Manfredo. Mil gracias, padre mio: que seais bien venido en este castillo, vuestra presencia me honra y es una bendicion para los que le habitan.