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Usted dirá. Que venga V. conmigo a beber una botella de cerveza al Suizo. No me gusta la cerveza. Quien dice cerveza, dice cognac, marrasquino, chartreusse..., en fin, lo que V. guste. No tengo inconveniente en ello: lo que sentiré es que, por mi causa, pierda V. alguna otra clase. No señor, ya las he perdido todas. Pues vamos allá. Y se emparejaron caminando en dirección al café Suizo.

Tengo que ir a la fuente por el jarro de agua para la cena. ¿Y ésta que traes? Es del río. Bien; entonces, ¿para qué he de entrar en casa? Te aguardo; ven pronto. Sentose el cortesano sobre una de las paredillas del camino a esperar. No tardó mucho en aparecer de nuevo Rosa con un jarrito de barro negro en la mano. Y, sin acordarse del desafío, se emparejaron, enderezando el paso hacia la fuente.

Ambos se emparejaron, entrando en la industriosa villa como dos antiguos conocidos. Vaya, vaya... pues la verdad, no esperaba yo que mi tío me enviase caballo... No le decía categóricamente el día en que había de llegar. Tampoco me lo dio él como seguro.

Aguárdese un instante, señor, que caminaremos juntos... Yo también me voy hacia la posada, porque al fin la cena es lo primero, ¿verdad? Andrés contestó no muy satisfecho: ¡Claro! Y se emparejaron, marchando por el sombrío y desigual camino de la cañada en dirección al pueblo. Usted, señor, estará encantado de este país, ¿verdad? Mucho.

Espere usted, Anita, que la acompaño murmuraba . Espere usted... puede ocurrírsele a usted algo. Encogiose de hombros Ana, y acortó el paso para dejar que se uniese Borrén. Emparejaron y caminaron en silencio por la carretera; Ana con los labios apretados y algo escalofriada y temblorosa, a pesar de ir muy arropada en el mantón.

En esto se habían internado ya bastante en la población, y al llegar a cierta calle, don Rosendo se despidió del tío y del sobrino. Dióle éste la mano con visible tristeza. Voy al teatro a buscar a la familia. Hasta mañana; que descanses, Gonzalo. Hasta mañana... Recuerdos. El señor de las Cuevas y su sobrino se emparejaron caminando lentamente la vuelta de la casa del primero.

Y ambos se emparejaron y se pusieron a caminar al paso, unas veces vivo, otras muerto, de sus cabalgaduras. Conforme se alejaban de la villa industrial, el paisaje iba siendo más ameno. La carretera bordaba las márgenes de un río de aguas cristalinas, y era llana y guarnecida de árboles.

El mismo De Pas le salió al encuentro. El Deán no hablaba casi nunca, y paseando menos. Se emparejaron y don Fermín siguió como si estuviera solo.

Dos hombres decentemente vestidos, pero dando gritos y risotadas de borrachos, volvieron la esquina del pabellón y emparejaron con Currita y con Jacobo ante la tercera ventana; el más alto pegóse a la acera, y el más bajo llamóse a la corriente, dejándoles pasar por en medio... Hubo entonces una terrible escena de un segundo: Currita sintió que un brutal empellón le arrancaba violentamente del lado de Jacobo; que otra mano vigorosa tiraba del embozo de este, que caía al suelo al pie de la ventana, y algo líquido y caliente brotaba como de un surtidor, chorreándole las ropas y las manos.

Señorito y capellán emparejaron y alabando la hermosura del día, acabaron de visitar el huerto al pormenor, y aun alargaron el paseo hasta el soto y los robledales que limitaban, hacia la parte norte, la extensa posesión del marqués.