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D. Teodoro leía en los muertos y D. Carlos leía en las piedras, y así los dos aprendieron el modo de hacerse personas cabales. Por eso es D. Teodoro tan amigo de los pobres. Celipín, si me hubieras visto esta tarde cuando me llevaba al hombro.... Después me dio un vaso de leche y me echaba unas miradas como las que se echan a las señoras.

Puede que pienses hacer lo mismo, bobo. ¡Córcholis! Puesto que mis padres no quieren sacarme de estas condenadas minas, yo me buscaré otro camino; , ya verás quién es Celipín. Yo no sirvo para esto, Nela.

Ahora pasaba por la charca de Hinojales y me miré en el agua. ¡Córcholis!, me quedé pasmado, porque me vi con la mesma figura que D. Teodoro Golfín.... Cualquier día de esta semanita nos vamos a ser médicos y hombres de provecho.... Ya tengo juntado lo que quería. Verás como nadie se ríe del señor Celipín.

Pero la Nela soltó la mano de su compañero de aventuras, y sentándose en una piedra, murmuró tristemente: Yo no voy. Nela... ¡qué tonta eres! no tienes como yo un corazón del tamaño de esas peñas de la Terrible dijo Celipín con fanfarronería . ¡Recórcholis!, ¿a qué tienes miedo? ¿Por qué no vienes? Yo... ¿para qué?

La luna alumbraba bastante, y la sombra del patriarca subía delante de él quebrándose en los peldaños y haciendo como unos dobleces que saltaban de escalón en escalón. El perro iba a su lado. No teniendo D. Francisco otro ser a quien fiar los pensamientos que abrumaban su cerebro, dijo así: Choto, ¿qué sucederá? El doctor Celipín

Tanasio subía al alto aposento y Celipín se acurrucaba sobre haraposas mantas, no lejos de las cestas donde desaparecía la Nela.

Yo no me voy repitió. Y Celipín hablaba, hablaba, cual si ya, subiendo milagrosamente hasta el pináculo de su carrera, perteneciese a todas las Academias creadas y por crear. ¿Entonces vuelves a casa? preguntole al ver que su elocuencia era tan inútil como la de aquellos centros oficiales del saber. No. ¿Vas a la casa de Aldeacorba? Tampoco. Entonces ¿te vas al pueblo de la señorita Florentina?

Tres días más estuvo la Nela fugitiva, vagando por los alrededores de las minas, siguiendo el curso del río por sus escabrosas riberas o internándose en el sosegado apartamiento del bosque de Saldeoro. Las noches pasábalas entre sus cestas sin dormir. Una noche dijo tímidamente a su compañero de vivienda: ¿Cuándo, Celipín? Y Celipín contestó con la gravedad de un expedicionario formal: Mañana.

Después de mirarlas como si nunca en su vida hubiera visto luces, salió de la Terrible y subió hacia la Trascava. Antes de llegar a ella sintió pasos, detúvose, y al poco rato vio que por el sendero adelante venía con resuelto andar el señor de Celipín.

Pues entonces, Nela dijo Celipín, fatigado de sus largos discursos yo te dejo y me voy, porque pueden descubrirme.... ¿Quieres que te una peseta, por si se te ofrece algo esta noche? No, Celipín, no quiero nada.... Vete, serás hombre de provecho.... Pórtate bien y no te olvides de Socartes, ni de tus padres.