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Eres un talego. ¿Por qué te estás dos horas mirando al suelo? Mira siquiera al cielo estrellado, y aprende para zaragozano, ¡puñales! ¿Vas a hacer el Almanaque del empedrado? ¡Qué poste! Tu hermana, de tanto mirar arriba, se ha perdido. llevas otro camino, pero llegarás al mismo fin. ¿Por qué no trabajas?

No sabré decir más sino que una mañana, al visitar don Antonio su jardincillo, se encontró con la viajera, y al pie de ella un talego de a mil duros con un billete sin firma, en que se le pedía cristianamente un perdón que él acordó, con tanta mejor voluntad cuanto que le caían de las nubes muy relucientes monedas.

No por mil francos, no por un millon de francos, consentirian los ingleses que pasara á manos de extranjeros un baston de cualquiera de sus personajes históricos. Si yo no codiciara en este mundo otra cosa que un talego de oro, me consideraria feliz poseyendo un baston de Cromwel, de Milton, Shakspeare, de cualquier Richelieu inglés, ora político ó literario.

Pasé por Florencia a Milán, que no se le da con su castillo dos blancas de la Europa. Vi a Génova la bella, talego del mundo, llena de novedades, y, golfo lanzado , toqué a Vinaroz y a los Alfaques, pasando el de León y Narbona.

Algunos días le acompañé en el oficio, y le aprendí de manera, que no daría ventaja en echar las bulas al que más presumiese en ello; pero habiéndome un día aficionado más al dinero de las bulas que a las mismas bulas, me abracé con un talego, y di conmigo y con él en Madrid, donde, con las comodidades que allí de ordinario se ofrecen, en pocos días saqué las entrañas al talego, y le dejé con más dobleces que pañizuelo de desposado.

Mejor fuera dijo don Cleofás que le hubieran llevado sin desatar en el capullo de su dinero, porque no le sucediera ese desaire, pues que cada estranjero es un talego bautizado ; que no sirven de otra cosa en nuestra república y en la suya, por nuestra mala maña.

Pues dándome ya por casado con doña Guiomar, dijo Cervantes, mirad si yo os recompensaré bien por lo que ahora me sirváis; antes ha de faltaros talego, que escudos para llenarle. Pues diga vuesa merced, señor soldado, dijo relumbrándole los ojos la tía Zarandaja. Quédese aquí por ahora, dijo Cervantes, que yo vendré más tarde y hablaremos.

Un matrimonio de la vecindad le dio albergue durante cinco semanas, mas esta caridad antes fue deseo de tener ayudante que propósito de favorecerle; pues cuando la mujer no le obligaba a subir del río un talego de ropa, superior a sus fuerzas, el marido, que era sillero, le ponía verde o morado hasta los hombros, forzándole a teñir espadañas en un patio que parecía cisterna.

El primero traía aretes de coral; el segundo, varias sortijas adornadas con las vistosas piedras que fabricaban en Venecia los margaritaios. El viejo entregó un bolsillo de cuero henchido de monedas, diciendo: Su señoría puó contar. Son ciento cincuenta. No he menester respondió Ramiro guardando el talego.

Todos le creyeron, por lo menos, pariente de la difunta, y le abrieron paso. Y así gritando y codeando, logró llegar á la puerta de la casa. En ella estaba Pedro, el antiguo criado de Dorotea, con un talego en la mano, del que sacaba sucesivamente reales de plata que iba entregando á los pobres que se presentaban.