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Llevaba adornado el rostro con estrechas patillas y de sus orejas pendían unos aretes de cobre. Jaime, al conocerle, había sentido curiosidad por estos adornos. De chico fui grumete en una goleta inglesa dijo Ventolera en su dialecto ibicenco, cantando las palabras con vocecita dulce . El patrón era un maltés muy arrogante, con patillas y pendientes.

Aquel relicario tenía su historia: lo había dado una monja, la hija de Capitan Tiago, á un lazarino; Basilio, habiéndole asistido á éste en su enfermedad, lo recibió como un regalo. Ella no podía venderlo sin avisárselo antes. Se vendieron corriendo las peinetas, los aretes y el rosario de Julî á la vecina más rica, y se añadieron cincuenta pesos; faltaban aun doscientos cincuenta.

¡Miren la impertinente! decía la mayor de ellas; ¡los aretes de su madre son de plata y los de mi padre de oro! Maese Alfredo L'Ambert, después de haber andado mariposeando mucho tiempo de la morena a la rubia, había acabado por prendarse de una linda trigueña de ojos azules. La señorita Victorina Tompam era honesta, como se es generalmente en la Opera, hasta que se deja de serlo.

El primero traía aretes de coral; el segundo, varias sortijas adornadas con las vistosas piedras que fabricaban en Venecia los margaritaios. El viejo entregó un bolsillo de cuero henchido de monedas, diciendo: Su señoría puó contar. Son ciento cincuenta. No he menester respondió Ramiro guardando el talego.

Un guarda de Camargue, hombrecillo rechoncho y velludo, que trascendía a montaraz, con ojos saltones inyectados de sangre y con aretes de plata en las orejas; después dos boquereuses, un tahonero y su yerno, los dos muy rojos, con mucho jadeo, pero de magníficos perfiles, dos medallas romanas con la efigie de Vitelio.

Pusieron una diadema sobre su frente; en sus pequeñas orejas, a guisa de zarcillos, dos gruesos solitarios asidos a sendos y sutiles aretes; junto a los hombros y en las finas muñecas de los desnudos brazo y en las gargantas de los pies ligeros, brazaletes y ajorcas; y varios anillos en los afilados dedos de las manos y también en los dos dedos gruesos de ambos pies, cuyo admirable dibujo no estragó jamás rudo calzado de cuero, y cuya desnudez dejaba ver la nítida blancura de la piel sonrosada y el limpio nácar de las pulidas uñas, sobre las elegantes sandalias.

La saya suelta, la diminuta chinela, la bordada piña, el alto pusod, la aplastada peineta y los pequeños aretes, constituyen su atavió, que jamás deja, á no ser que la Epístola de San Pablo se encargue de modificar trajes y costumbres, cosa que suele acontecer, casándose con europeo.

Para no cansar, apareció por fin el Rey, hermoso, con humana y divina hermosura, barba larga y negra, aretes en las orejas, corona de oro que parecía tener por pedrería el sol, la luna y las estrellas. Verde era su traje, que por lo fino debía de ser obra de unas arañas muy pulidas que en los profundos senos de la tierra tejen con hebras de fuego.

Dos esclavas de Italia la servían de rodillas. La más joven sabía alargar los ojos con el kohl, a la usanza turquesca. Llevaba aretes enormes y un turbante verde con listas gualdas y purpurinas. Era lánguida y rubia, como una virgen del Sanzio.