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Estaba en el convento sirviendo una mujer mulata llamada Juana Teresa Parrado, de quien las monjas tenían muchas sospechas de que era mala cristiana y dando aviso al señor visitador que es nombrado por el duque de Medina Sidonia para este convento por privilegio especial del Papa, hizo sus obligaciones, y negando la dicha mulata con alguna turbación, fué dada cuenta al señor provisor, siendo amenazada la mulata si no confesaba la verdad, que sería castigada y atormentada, dijo que la mañana del dicho día 17 de Junio muy temprano el Demonio la sacó por la reja de una tribuna y teniéndola en el aire junto al viril le dijo sacase la Sagrada Hostia y se la entró en el seno y habiéndola vuelto el Demonio á la tribuna había ella partido la Hostia y arrojándola sobre el referido altar.

El lecho, que era un poco endeble y de no firmes fundamentos, no pudiendo sufrir la añadidura del arriero, dio consigo en el suelo, a cuyo gran ruido despertó el ventero, y luego imaginó que debían de ser pendencias de Maritornes, porque, habiéndola llamado a voces, no respondía. Con esta sospecha se levantó, y, encendiendo un candil, se fue hacia donde había sentido la pelaza.

Su incapacidad para todo había llegado a ser absoluta, y habiéndola mandado Tanasio por tabaco a la Primera de Socartes, sentose en el camino y allí se estuvo todo el día. Una mañana, cuando habían pasado ocho días después de la operación, fue a casa del ingeniero jefe, y Sofía le dijo: ¡Albricias, Nela! ¿No sabes las noticias que corren?

Y visto por él el sitio do á él mejor le paresció que la casa debia de ser edificada, mandó que allí fuese traido un cordel, y siéndole traido, levantáronse del lugar do estaban él y los suyos, y siendo ya en el sitio do habia de ser la casa edificada, él mismo por sus manos con el cordel midió y trazó la Casa del Sol; y habiéndola trazado, partió de allí con los suyos y fué á un pueblo que dicen Salu , que es casi cinco leguas de esta ciudad, ques do se sacan las canteras, y midió las piedras para el edificio desta casa, y ansí medidas, de los pueblos comarcanos pusieron las piedras que les fué señaladas y las que fueron bastantes para el edificio desta casa; y juntamente con esto, trujeron todo lo demás que para el edificio desta era necesario; y siendo ya allí, pusieron por obra el edificio della, bien ansí como Inca Yupanqui la habia trazado y imaginado.

Subieron los tres á los mas altos cerros, para descubrir desde allí á la banda del norte la bahia de los Camarones; y habiéndola descubierto con una que hay en ella, registraron así mismo otra caleta á la banda del sur del cabo; y notado todo, se volvieron á la lancha, á las 6 de la tarde, bien cansados de haber andado tres leguas sin haber hallado agua, ni leña, ni otra cosa alguna que piedras, que la hacen inhabitable aun de los brutos.

Y dende á poco, llegó Vicaquirao á do el Viracocha Inca, y hízole su acatamiento, y díjole la embajada que de parte de Inca Yupanqui le llevaba que ya habeis oido; al cual respondió Viracocha Inca quél holgara de hacello si no entendiera que volver á el Cuzco, habiendo salido dél huyendo, le era cosa afrentosa, y que no estaria á él bien entrar en la ciudad, habiéndola desamparado y habiendo habido vitoria un muchacho, como era su hijo Inca Yupanqui; que allí do estaba en aquel peñol de Cayuca Xaquixaguana , pensaba hacer un pueblo con la gente que consigo tenia, y allí pensaba morir; y que más no le esperasen en el Cuzco, que no pensaba entrar más en él en sus dias.

Solíamos contar a don Alonso cómo al sentarse a la mesa nos decía males de la gula, no habiéndola él conocido en su vida; y reíase mucho cuando le contábamos que en el mandamiento de No matarás metía perdices y capones y todas las cosas que no quería darnos, y, por el consiguiente, la hambre, pues parecía que tenía por pecado no sólo el matarla sino el herirla, según regateaba el comer.

No deja desposarme, Y aquella noche, con armada gente, La roba, sin dejarme Vida que viva, protección que intente, Fuera de vos y el cielo, A cuyo tribunal sagrado apelo. Que habiéndola pedido Con lágrimas su padre y yo, tan fiero, Señor, ha respondido, Que vieron nuestros pechos el acero; Y siendo hidalgos nobles, Las ramas, las entrañas de los robles. REY. Conde. CONDE. Señor. REY. Al punto.

Orden y mandato fue éste que me puso en condición de no obedecerle, por parecerme imposible sustentar tantos días la vida en el ausencia de Luscinda, y más, habiéndola dejado con la tristeza que os he contado; pero, con todo esto, obedecí, como buen criado, aunque veía que había de ser a costa de mi salud.

Entonces, ¿qué es lo que más os ha gustado? Los toros. Aquí se paró la conversación. Al cabo de diez minutos de silencio, la condesa le dijo: ¿Me permitís que ruegue a vuestro marido que se ponga al piano? Cuando gustéis respondió María. Stein se sentó al piano. María se puso en pie a su lado, habiéndola llevado por la mano el duque. ¿Tiemblas, María? le preguntó Stein.