United States or Bolivia ? Vote for the TOP Country of the Week !


La señora Chermidy trató al duque por el mismo procedimiento. «A los rusos les sienta bien, pensaba; al viejo le sentará malFue víctima de la coquetería más odiosa que haya torturado jamás el corazón de un hombre. La señora Chermidy le persuadió de que le amaba, le Tas se lo juró, y si se hubiera contentado con palabras, habría sido el sexagenario más dichoso de París.

Era la tal persona ni alta ni baja, airosa, aunque parecía pretender apariencias de desgarbo y desmayo, y más años de los que pesaban sobre sus huesos; era su traje negro de tercianela, con botones dorados en la ropilla, gorguera larga de puntas lacias, peluca rubia de guedejas desmadejadas, pañizuelo blanco y rosario con medallas pendientes de la pretina, medias calzas negras, zapatos con grandes lazos, y gorra asimismo de tercianela; un rodrigón, en fin, en el traje, pero sólo en la apariencia, que quería ser de viejo, sin conseguirlo; que el vigor de la juventud se patentiza a mismo, por mucho que quiera encubrírsele, y no eran aquellas redondas, carnosas, finas y bien contornadas piernas de sexagenario, ni aquellos pies diminutos, a despecho de los gruesos zapatones; ni casaban bien con aquella frente despejada, serena y tersa, las descomunales narices bermejas y ásperas que bajo ella nacían: a disfraz trascendía todo el pergeño del rodrigón, y por mujer bella y joven, que para algo que la importaba habíase disfrazado, túvola Cervantes; y como ella creciese en la atención con que le miraba, pasando sus ojos de él a Margarita y de Margarita a él, en más cuidado se puso, y acabó por convencerse de que el fingido rodrigón no era otra cosa que una muy apuesta y gentil moza, que en vano con todos aquellos trebejos y nariz postiza había cargado, y antojósele que tal vez aquello tenía que ver algo, y aun mucho, con su adorada doña Guiomar; y no se engañaba, porque el rodrigón fingido no era sino Florela, que con las ropas del rodrigón García había procurado encubrirse, añadiendo unas narices de pasta que en otro tiempo había usado ella para una mogiganga, y que había guardado.

Era siempre el último, a fin de dar a un apetito bastante débil mayores probabilidades, antes de ponerlo a prueba. Hacía casi dos horas que la mesa estaba guarnecida con platos suculentos esperando su llegada. El squire Cass era un sexagenario alto y corpulento. Sus cejas crespas y la mirada bastante dura de sus ojos parecían no estar en armonía con su boca caída y su energía.