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Al pasar junto al Templo del Cielo, vi apiñada en una grada una legión de mendigos; llevaban por todo indumento un trapo amarrado a la cintura con un cordel; las mujeres, con los cabellos cubiertos de viejas flores de papel, roían huesos tranquilamente, y los cadáveres de las criaturas se pudrían a su lado bajo el vuelo de los moscardones.

Allá abajo, en la trastienda de La Cruz Roja, a la que no se pasaba, desde la casa del Magistral por sótanos, como suponía la maledicencia, sino por ancha puerta abierta en la medianería en el piso terreno, doña Paula, subida a una plataforma, ante un pupitre verde, repasaba los libros del comercio y en serones de esparto y bolsas grasientas contaba y recontaba el oro, la plata y el cobre o el bronce que Froilán iba entregándole, en pie, en una grada de la plataforma, más baja que la mesa en que el ama repasaba los libros.

No sólo iba a clase puntualísimo y cargado de apuntes, sino que se ponía en la grada primera para mirar al profesor con cara de aprovechamiento, sin quitarle ojo, cual si fuera una novia, y aprobar con cabezadas la explicación, como diciendo: «yo también me eso y algo más». Al concluir la clase, era de los que le cortan el paso al catedrático para consultarle un punto oscuro del texto o que les resuelva una duda.

Aquél es el serenísimo infante don Fernando respondió el Cojuelo questá por su hermano gobernando los estados de Flandes, y es arzobispo de Toledo y cardenal de España, y ha dado al infierno las mayores entradas de franceses y holandeses que ha tenido jamás después que se representa en él la eternidad de Dios, aunque entren las de Jerjes y Darío, y pienso que ha de hacer dar grada a mujeres de las luteranas y calvinistas y protestantes que siguen la seta de sus maridos, tanto, que los más de los días vuelve el dinero el purgatorio.

Las mil frases bonitas que había leído y conservado en la memoria para matizar con ellas su pintoresca elocuencia acudieron en tropel a sus labios saliendo a borbotones. ¿Qué plan de vida podía tener él, como no fuera pasar la suya entera adorando a Elvira, con una pasión humilde, discreta, satisfecha con arder a lo lejos, como en la última grada del altar el cirio de un pobre?...

La quilla de la nao Santa María se asentó en grada del Arsenal de la Carraca el 23 de Abril. Salvados los tropiezos que eran de presumir, por el Sr. Cardona, que desde el comienzo de las obras representaba en el departamento de Cádiz á la Comisión ejecutiva con suma discreción, apoyado en la buena voluntad de las autoridades superiores, impulsó los trabajos con rapidez y acierto. El Sr.

Sonaban los aplausos, pero eran flojos y desmayados después de las anteriores ovaciones. El público estaba quebrantado por el delirio de su entusiasmo, y atendía distraídamente a los lances que se desarrollaban en el redondel. Se entablaban vehementes discusiones de grada a grada.

El Goethe quería llegar hermoseado al término de su viaje, y un blanco de leche refrescaba los tabiques de las cubiertas y las cañerías interiores; un amarillo tierno de manteca abrillantaba los mástiles, la chimenea y los brazos de las grúas; un negro intenso ocultaba las desconchaduras del enorme casco, dando a éste un aspecto virginal, cual si acabase de deslizarse por la grada de un astillero.

Mientras ella se mantenía en la sombra, silenciosa é inmóvil, yo estaba sentado en plena claridad sobre la grada más próxima á la ventana: desde allí arrojaba aún por intervalos un grito de llamada; pero para decir la verdad, á medida que el éxito de mis esfuerzos se hacía más incierto, me sentía presa de una alegría irresistible.

Los pies del oficiante pisarán un mármol, sin inscripción, que formará la grada del altar y cubrirá mis restos. Yo me incliné con la emoción de un visible respeto. La señorita de Porhoet tomó mi mano y la apretó dulcemente. No estoy loca, primo continuó, aunque así se diga.