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Tal vez no, tal vez no...». Cuando esta idea u otra semejante le refrescaba el recuerdo de la inaudita escena y altercado en el gabinete de la santa, sentía la pobre mujer que la conciencia se le alborotaba, y no podía aplacarla ni aun arguyéndose que la otra la había provocado. «Me cegué, no supe lo que hice.

Esta criatura, blanca y silenciosa como un copo de nieve, que poseía la fragancia de los lirios, la inocencia de las palomas, la dulzura melancólica de una noche de luna, esparcía sobre su alma, atormentada por el remordimiento, un bálsamo que la refrescaba deliciosamente. ¡Cuántas veces, teniéndola entre sus brazos, se preguntaba sorprendido cómo un ser tan inocente, tan puro, tan divino, pudiera ser hijo del pecado!

Un momento después oíase en todo el faro un estrépito de cadenas, de poleas, de grandes pesas de reloj a las cuales se daba cuerda. Yo me sentaba fuera, en la terraza, durante ese tiempo. El sol, muy bajo ya, descendía cada vez con más rapidez hacia el agua, llevándose tras de todo el horizonte. Refrescaba el viento, la isla teñíase de color violáceo.

El Goethe quería llegar hermoseado al término de su viaje, y un blanco de leche refrescaba los tabiques de las cubiertas y las cañerías interiores; un amarillo tierno de manteca abrillantaba los mástiles, la chimenea y los brazos de las grúas; un negro intenso ocultaba las desconchaduras del enorme casco, dando a éste un aspecto virginal, cual si acabase de deslizarse por la grada de un astillero.

De esta suerte, poco venturosa y triunfante para don Paco, se pasaron algunos días y llegaron los últimos del mes de julio. Hacía un calor insufrible. Durante el día los pajaritos se asaban en el aire cuando no hallaban sombra en que guarecerse. Durante la noche refrescaba bastante.

Detrás de su voz quejumbrosa adivinó la resuelta voluntad de mantener á su lado á aquel joven que refrescaba sus sentimientos maternales y era á la vez un consuelo para el remordimiento que se había forjado. La consideración de su impotencia acabó por irritarle, haciéndole sentir un cruel deseo de molestar á aquella mujer. Haces mal, Alicia. El mundo ignora tu secreto.

De todos modos, algo que refrescaba aquel ardor insufrible que los vapores de la ira habían levantado en su pecho. Permaneció inmóvil hasta que los gritos cesaron. Los ojos brillaban, el pulso latía con más celeridad. Así se dice que el corazón de la fiera palpita a la vista de su víctima. Fue el comienzo de los martirios de la niña.

Todos escuchaban con deleite esta voz de esperanza que refrescaba los corazones antes de que se entregasen á las angustias de la ruleta y el «treinta y cuarenta». Hablaba con la autoridad de un hombre bien relacionado y que puede saberlo todo. «Conocía á Wilson»; él mismo acababa de declararlo.

El viento refrescaba y la primera cuadrilla de marineros de servicio apareció en el puente. Jacobo suspiró, comprendiendo que tenía que salir de las esferas inmateriales en que su espíritu se había reconfortado durante aquella velada y entrar en la vida corriente y positiva. Y cuando el día sucedía repentinamente á la noche, Jacobo se levantó y miró en derredor suyo.

Eso es... No lo he juzgado conveniente corroboró D. Pantaleón dirigiendo una mirada tímida a su mujer. Presentación hizo un mohín de desdén y se volvió hacia Mario y Carlota. Pero juzgando que era ya tiempo de dejarlos abandonados a propios, entabló conversación con una señora que se refrescaba con grosella en la mesa inmediata. ¿Qué es eso, D.ª Rafaela, no lee usted hoy La Correspondencia?