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Actualizado: 17 de mayo de 2025


En el centro del patio, o refrescaba el ambiente un surtidor que caía en roja taza de bruñido jaspe, o se levantaba gran pirámide de tiestos, formando compacta masa de flores y verdura. Las libélulas y las inquietas mariposas revoloteaban en torno, y las avispas y las abejas zumbaban buscando miel.

Era una alegría que le apretaba la garganta y le refrescaba la sangre. Nunca experimentara sensación de placer tan puro ni un sentimiento tan profundo de la belleza. Por primera vez ¡él, que había escrito tantos millares de versos! vio cara a cara la poesía; el corazón se lo dijo claramente.

Su enorme mapamundi, rayado fuertemente y con frecuencia de negro y rojo, se abismaba sin detenerse á producir en el cielo los caprichos, los paisajes de luz con que en otras partes suele alegrar la vista. En agosto ya había entrado el otoño: no existía el crepúsculo. Apenas desaparecido el sol, refrescaba la brisa, corrían las olas rápidas, verdes y sombrías.

Y sin embargo, al poner proa al Oeste, siguiendo la misma latitud, refrescaba el aire, y el Almirante encontraba en las costas de Venezuela la isla de la Trinidad, «de temperancia suavísima según sus escritos , con tierras y árboles muy verdes y hermosos, como en Abril las huertas de Valencia, y la gente de muy linda estatura y casi blancos, más astutos y de mayor ingenio que los negros, y no cobardes».

Estos árboles, de un verde obscuro, eran de hojas charoladas, sin la más tenue veladura de polvo, cual si estuviesen recién lavados. Sus troncos no alcanzaban un diámetro grande, más bien parecían gráciles y débiles por su recta esbeltez y su altura enorme. La humedad que refrescaba continuamente sus raíces les hacía crecer apretados como los tallos de la hierba.

Al mismo tiempo, unas manos delicadas y fragantes le tenían cerrados los ojos, mientras un hálito dulce le refrescaba la frente. El gabinete de la torre se henchía de vagos y tenues sonidos que su imaginación transformaba en conciertos misteriosos. Estaba tan fuera de que no sabía si se hallaba en realidad despierta, por más que conservase todas sus potencias.

Y comenzó el balandro a navegar, ciñendo y escorando; pero no como en la bahía, en plano perfectamente horizontal, sino entre balances y cabezadas, que iban acentuándose a medida que refrescaba la brisa y la mar se rizaba, cubriéndose de carneros y garranchos.

Así que refrescaba el viento, las cabezas medio sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; montañas de agua penetraban sordas y lívidas en la marítima garganta, y había que izar la vela y huir cuanto antes de este callejón, caos ruidoso de remolinos y corrientes.

A medida que el agua, filtrándose al través de los abrigos, refrescaba sus carnes, se iban paulatinamente equilibrando sus humores. El de Fray Diego tendía visiblemente a serenarse, arrojaba uno a uno los negros velos que le oprimían. Pero estos velos los recogía todos el barón y envolvía con ellos su espíritu altivo y cruel.

El cielo espléndido de la Bética formaba sobre ella un pabellón poblado de luces. Una leve brisa embalsamada refrescaba su frente ardorosa. El estrépito de los coches turbó un momento aquel sueño tranquilo. Más de una tierna doncella dejó sobresaltada el lecho y se acercó á su balcón con los pies desnudos para ver lo que pasaba.

Palabra del Dia

atormentada

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