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Y si gritaban los otros, dejarlos: de pura envidia de no poder hacer lo mismo. ¡Válgame Dios! yo que te veía tan alto y te creía tan sólido, y ahora salimos con este escopetazo, ¡y es horrible, horrible, porque no daremos poco que hablar! ¿y las muchachas se conformarán en irse al Frigal ahora, Angelita, sobre todo? ¡qué desgracia, qué desgracia! Rompió a llorar.

Bien, amigo mío, reconozco ahí tu espíritu de iniciativa; pero por el momento, no veo la necesidad... ¡Oh! no, tío exclamó a su vez Bertrán, no vuelva a caer en sus historias de cristalería. Un poco de paciencia, que pronto vamos a dejarlos solos; entonces podrán conversar libremente y ocuparse de sus negocios.

Anoche me despedí de usted desde las puertas del Seminario conciliar de la diócesis de Pilares. Ahora, le invito a entrar conmigo. Doce añitos de estancia; pero, no se asuste usted. Comprimiremos estos años hasta dejarlos reducidos al volumen de un cuarto de hora.

Ven acá, necio, ¿para qué quiero yo ahora tierras ni prados? ¿No sabes que ya no tengo á quién dejarlos? ¿No sabes que esta misma casa se halla destinada á servir de nido á los pájaros? Y tanto se exaltaba que el campesino marchaba haciendo cruces y decía á sus amigos que el capitán no estaba enteramente bueno de la cabeza.

No les pareció bien á los Misioneros dejarlos descontentos, por lo cual, levantando en aquel sitio un Rancho, celebraron, á vista del pueblo, el Santo sacrificio de la Misa; y por ser aquel día consagrado á la Presentación en el templo de la Virgen Nuestra Señora la pusieron debajo de su patrocinio; y esto con tanto aplauso y contento de los naturales, que corriendo la voz de lo sucedido por las otras Rancherías, se ofrecieron muchos caciques á fundar allí Ranchos con todos sus vasallos.

Se oyó un grito unánime de «¡Viva Francia, viva Francia añadió Juan Claudio , porque si los aliados llegan a París son dueños de todo; pueden imponer trabajos obligatorios, diezmos, conventos; restablecer los privilegios y levantar patíbulos. ¡Si queréis volver a tener todo eso, no tenéis mas que dejarlos pasar!

Al abrir la puerta de su barraca encontró Sènto un papel en el ojo de la cerradura... Era un anónimo destilando amenazas. Le pedían cuarenta duros y debía dejarlos aquella noche en el horno que tenía frente a su barraca. Toda la huerta estaba aterrada por aquellos bandidos.

Así lo pensaba yo al verme cogido y sujeto en tierra y al oírles animarse con risas espantosas á tirar del rodillo para triturarme... No tenía más que dejarlos hacer y, según mis deseos, estaba libre de la vida... Pero no qué instinto de conservación me sublevó contra el acto feroz de aquellos hombres y en un instante, en lugar de sufrir mi último suplicio, me defendí energéticamente.

No, señora, no, ¡qué rédito! Pienso dejarlos aquí para el primero que pase. Y poniéndose grave de pronto: ¿Quién diablos les ha metido por la cabeza esas ideas? Crean ustedes, señoras, que lo que hace aquí falta ¡pero mucha falta! es moralidad. Moralicen ustedes al obrero y todos estos estragos que ustedes han visto desaparecerán.

Así estuvo paseando media hora. La sed le abrasaba... ¿por qué no se iba? porque no quería dejarlos pasar sin verlos; sin ver los coches, se entiende. Ana volvería, era natural, en la carretela, y al pasar junto a un farol podría verla, sin ser visto, o por lo menos sin ser conocido. La sed que esperase. El reloj de la Universidad dio tres campanadas. ¡Tres cuartos de hora!