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«Pero en fin, me conformo. No he salido mal, pues he salido con ojos. Lo primero es la salud, y lo primero de la salud la vista. Y la verdad es que ese asesino me ha curado bien. ¡Ocho mil realitos! Es muy posible añadió dando un suspiro e incomodándose levemente , que si no hubiera sido por tus elegancias, el escopetazo no habría pasado de cuatro mil...».

Los dañadores reían de su poco peso. Quedó un instante a horcajadas en lo alto de la pared, aturdido por la ascensión, doliéndole el cuerpo por el roce contra los ladrillos salientes. El Mosco le saludaba desde abajo con una gracia que ponía los pelos de punta. ¡Qué buen blanco, gachó! ¡Qué escopetazo se pierden los guardas! Isidro no tuvo fuerzas para protestar. ¡Vaya unas bromitas oportunas!

Si no hallaba marido, viviría con Gabriel cuando éste, acabada la carrera, se estableciese según conviene al mayorazgo de la Lage. Con tan gratos pensamientos, don Manuel abrió los oídos para mejor recibir el rocío de las palabras de su sobrino.... Lo que recibió fue un escopetazo.

El trajín que llevaba desde por la mañana, era suficiente para quebrar la fibra de un individuo más bien templado, si podía haberlo, que aquel italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que un buenas tardes de su boca hacía el efecto de un escopetazo a quema ropa, y un apretón de manos producía la sensación de arrancar el brazo, a tirones, brutalmente.

En cuanto al segundo préstamo, Bonifacio tuvo que confesarse a mismo que lo había tomado por un escopetazo, y que este era el apelativo que le había aplicado en sus adentros.

Pero allí estaba Batiste como centinela de su cosecha, desesperado héroe de la lucha por la vida, guardando á los suyos, que se agitaban sobre el campo extendiendo el riego, dispuesto á soltarle un escopetazo al primero que intentase echar la barrera restableciendo el curso legal del agua.

Los dañadores del barrio, infelices que trabajaban durante el verano en los tejares y sólo a impulsos del hambre invernal se decidían a ir de caza, admiraban al Mosco. Este no iba, como ellos, sin un arma en la faja, resignados de antemano a recibir un escopetazo o una paliza, a que los llevasen a la cárcel de El Escorial, y de allí a presidio, sin oponer la más leve resistencia.

¡Cristo! El honor profesional estaba en peligro: había que mojar la oreja a aquel individuo que le quitaba el pan. Y como consecuencia inevitable, vino la espera al acecho, el escopetazo certero y el rematarle con la culata para que no chillase ni patalease más. En fin... ¡cosas de hombres!

En la actitud de su novio adivinó en seguida lo que pasaba. Pues bien, señora, lo que tengo que manifestar a usted es que, lo mismo Carlota que yo, deseamos casarnos cuanto más antes. ¡No, no! ¡yo no! exclamó la joven encendida en rubor y echando a correr. D.ª Carolina se mostró sorprendidísima. ¡Pero eso es un escopetazo, Costa!

A cada escopetazo cerraba yo los ojos despavorido; después, cuando los volvía a abrir, veía el llano inmenso y desnudo, y los perros corriendo, olfateando entre las briznas de hierba, entre las gavillas, girando sobre mismos, alocados. Los cazadores juraban detrás de ellos y los llamaban; las escopetas brillaban al sol.