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El trajín que llevaba desde por la mañana, era suficiente para quebrar la fibra de un individuo más bien templado, si podía haberlo, que aquel italiano atlético, cuadrado, con las crines erizadas, cuya voz era un rugido; tan brusco en sus maneras, que un buenas tardes de su boca hacía el efecto de un escopetazo a quema ropa, y un apretón de manos producía la sensación de arrancar el brazo, a tirones, brutalmente.

Al mover con trabajo aquel gran torso atlético desprovisto de base los rasgos de su fisonomía se contraían con expresión de feroz impotencia que inspiraba tristeza y miedo. Pero si su cuerpo se abatía a ojos vistas, alzábase su orgullo cada vez con más brío.

Juan Bou era un barcelonés duro y atlético, de más de cuarenta años, dotado de esa avidez de trabajar y de esa potente iniciativa que distinguen al pueblo catalán; saludable como un toro, según su propia expresión; de humor festivo y palabra trabajosa.

Ford, el secretario del muerto, hombre joven, como de treinta años, alto, atlético, completamente afeitado, asomó la cabeza, pero como nos encontrara conversando, se retiró en el acto. La señora Percival ya lo había interrogado, pero ignoraba completamente para dónde había partido Mabel.

Entró, se quitó su capote impermeable que chorreaba agua, lo extendió cerca de la lumbre, sacudió su ancho sombrero de cuero barnizado, y se dejó caer sobre una silla vieja. Kernok podría tener treinta años; su ancha cintura y busto cuadrado que anunciaba un vigor atlético, sus facciones bronceadas, su negra cabellera, sus espesas patillas, le daban un aire duro y salvaje.

Gallardo, que volvía a ocultarse rápidamente tras las vallas, examinaba el aspecto y carácter de las fieras, sin llegar a decidir cuáles eran las dos que debía escoger. El mayoral de la plaza estaba junto a él: un hombrón atlético, con polainas y espuelas, vestido de grueso paño y con sombrero de campo sostenido por un barboquejo.

El senador Gurdilo, ansioso de venganza, insinuó á los periodistas que Momaren y Golbasto se habían batido de noche en la playa por alguna rivalidad amorosa, pues los dos, á pesar de su exterior solemne, eran unos hipócritas de perversas costumbres y tal vez se disputaban el monopolio de algún esclavo atlético.

El atlético mocetón, al despojarse por la noche de las chaquetas rayadas y gloriosas, no podía menos de adornar la solapa de su smoking con botones y banderitas de los clubs deportivos. Al ver a Fernando, rio con expresión maliciosa, mostrando su aguda dentadura, abundante en áureos rellenos. ¡Qué señora Mrs.

Era de estatura mucho menos que mediana, lo cual dependía, a no dudarlo, de la cortedad de las piernas, pues el torso era grande, robusto, casi atlético. Las facciones correctas, los ojos saltones y negros adornados con espesas cejas. Pero lo que caracterizaba fuertemente a aquel rostro eran unos enormes bigotes blancos que tapaban lo menos la mitad. Podría tener sesenta y pico de años.

Facundo entonces reprime su rabia, llama en su auxilio, apodéranse seis hombres del atlético oficial, lo estiran en una ventana, y bien amarrado de pies y manos, Facundo lo traspasa repetidas veces con aquella lanza que por dos veces le había sido devuelta, hasta que el oficial ha apurado la última agonía, hasta que reclina la cabeza y el cadáver yace yerto y sin movimiento.