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Los ojos se contraían, fatigados por el excesivo resplandor del cielo y del Océano, que parecía abrasar la retina. Mina y Fernando, para evitarse la molesta refracción, apartaban sus ojos del horizonte, mirando debajo de ellos mientras hablaban.

Tenía ella demasiado talento y orgullo para mostrarse herida de la corta plática que acababa de tener con su antigua novia. Le acogió con la misma sonrisa, dirigiole la palabra con su habitual y afectada ligereza, y no se acordó ni del nombre de Fernanda. Pero sus labios pálidos se contraían de coraje cada vez que le veía volver los ojos hacia aquélla. Y el incauto lo hacía amenudo.

¡Ah! exclamó, mientras todos los músculos de la cara se le contraían con una sonrisa . ¡Ah! ¡La hermana Saint-Sulpice, la andaluza! ¡Quién había de pensar...! Y eso que ya sabía que no estaba usted en el convento. Me he separado del camino que llevaba solamente por saludar a ustedes. La superiora se mostró muy amable, con esa cortesía humilde y empalagosa de las monjas.

La línea de infantería se aplastó en el suelo. Los hombres se contraían, para hacerse menos visibles, junto á las aspilleras por las que asomaban sus fusiles. Muchos se habían colocado la mochila sobre la cabeza ó la espalda para que les defendiese de los cascos de obús. Si se movían, era para amoldarse mejor en la tierra, buscando excavarla con su vientre.

Y en su fuga había mirado al Sur, como todos los que navegaban en aquella cáscara de acero, presintiendo más allá del círculo oceánico renovado diariamente una tierra remozadora de existencias, donde las vidas destrozadas se contraían virginalmente lo mismo que capullos para empezar el curso de una nueva evolución. La esperanza le había rozado también con su aleteo ilusorio.

Toda su cara, en lo muscular, respondía a la intención de su dueño: los labios se tendían abiertamente dejando ver una dentadura ennegrecida y sólida; las comisuras de los párpados se contraían aumentando los surcos radiales que partían de ellas; los pómulos se levantaban, las arrugas de la frente disminuían... pero los ojos permanecían impávidos y fijos.

Observé que los párpados jamás se contraían, como es tan usual en la mayor parte de las personas, principalmente cuando hablan; pero su mirada siempre era llena, abierta y sin encogimiento ni emoción.

Contraían los ojos para dar mayor potencia a su visualidad; pasábanse de mano a mano los gemelos prismáticos, explorando el límite del Océano, sobre cuyo lomo se abullonaban tenues vapores. «Ya se ve Cabo Verde...» Otros dudaban. No eran las islas: eran simples nubes.

De ahí que esos tejedores dispersos emigrados de la ciudad al campo , eran considerados durante toda su vida como extranjeros por sus vecinos campesinos, y contraían generalmente los hábitos excéntricos, inherentes a una existencia solitaria.

Ya se ponía pálida, ya se cubrían de púrpura sus mejillas. Hasta cuando exclamó D. Carlos recitando: "Pues¡qué! ¿te he dado en balde tanta prueba De amor?" vió ó imaginó ver D. Fadrique que los párpados de Doña Clara se contraían más de lo ordinario, como para recoger y ocultar indiscretas lágrimas, que ansiaban por brotar de los hermosos ojos.