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Todos ansiaban por pasar y repasar sus ojos por la figura y talle de tan maravilloso cuanto extraño personaje. Los curiosos en las calles se empinaban, y las mujeres y muchachos desde las ventanas y azoteas hilaban de pescuezo y sacaban la cabeza a más poder, para divisar lo más pronto posible el autorizado acompañamiento que debería preceder al habitador de los subterráneos de la Alcazaba.

Al día siguiente era menester llevársela marchita; la deshojaba cuidadosamente y me ponía la nueva. La idea de que pudiera regalar aquella flor a otra mujer la estremecía. Empezaba a notar con deleite que sentía celos, celos inconscientes y vagos que ansiaban formularse, sin llegar a conseguirlo.

El público, por más que escuchaba con respeto y simpatía estas noticias acerca de la enfermedad que aquejaba en aquel momento al ganado de cerda, sentía ya impaciencia por oir las declaraciones del presidente. Después de la alusión del hijo del Perinolo al asunto del periódico, todos ansiaban saber lo que había de cierto.

Ansiaban los protestantes sevillanos poseer escritos propagadores de la nueva doctrina, que á cientos se publicaban en Alemania y los Países Bajos; y como la posesión de los tales libros y su introducción en España era dificilísima, pensaban en mil modos para burlar á la Inquisición, que tenía puesta toda su atención en la reforma para aniquilarla.

Todos los forasteros, por consiguiente, aunque estaban muy agasajados en el Cenobio y tratados a qué quieres boca, se aburrían de muerte y ansiaban salir de allí para gozar de plena libertad aunque tuviesen que sufrir trabajos. El mismo Morsamor empezaba a cansarse. Dispuso su partida, pero antes de despedirse de Sankarachária, le hizo una última pregunta y le pidió un favor.

Aún no habían los dos recién conocidos finalizado los primeros capítulos de la plática, cuando le anunciaron al sabio que allí estaban dos jóvenes que ansiaban por saber de su boca las dichas o desdichas de su estrella.

Gran juerga con unas extranjeras de vida alegre, a las que algunos de estos jóvenes conocían de París. Habían venido a Sevilla con motivo de las fiestas de Semana Santa y de la Feria, y ansiaban conocer lo más «pintoresco» de la tierra. Eran de una hermosura algo marchita, reanimada por los artificios de la elegancia.

Cuáles fueran los pensamientos y contrarias resoluciones que estos acentos levantaron en los ya recelosos e inquietos corazones de las diversas personas del festejo, no es cosa que se sujetaría a fácil explicación: basta decir que María esperaba, que el soldado reía, que amenazaba Muley, que Gerif se inquietaba, el usurero temía, y que todos, ya curiosos, no ansiaban por mejor cosa que ver con los ojos aquella persona que tan bien halagaba los oídos con su canto y su destreza.

Su contendiente había comenzado el último sin apresurarse y sin descansar, lanzando en torno una mirada triste de buey fatigado que contempla el horizonte con el deseo de que se oculte pronto el sol, para volver al establo. Los mineros ansiaban una catástrofe, un temblor del suelo, algo que les permitiese huir de allí, sin encontrarse con los ojos de aquellas gentes.

El Fingal había sido propiedad de un capitán escocés, que, á pesar de sus largas dolencias, no quiso abandonar nunca el mando, muriendo á bordo de su buque. Los herederos, hombres de tierra adentro, cansados de una larga espera, ansiaban deshacerse de él á cualquier precio.