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Al verle como un bulto, Juan sintió algo de miedo. «Si le habré matado sin querer... Y en todo caso... ha sido en defensa propia». Pero la víctima exhaló un mugido, y revolcándose como los epilépticos, repitió: «Ladrón... asesino». El Delfín se acercó y poniéndole un pie sobre el pecho, cuidando de no apretar, dijo: «Si no te callas, cucaracha, te aplasto». Levantose Rubín de un salto.

Mathys, que parecía ciego de rabia, quiso detenerla; pero Federico dejó caer a Marta en brazos del notario, saltó sobre el intendente, lo asió por el cuello y lo arrojó con fuerza irresistible a la pared, mientras le gritaba fuera de : ¡Si das un solo paso te aplasto!

Primeramente, al abandonar su brazo, le soltó dos buenos pellizcos retorcidos, y luego, junto a la salida, una bofetada sonora: «Para que me molestes otra vez». Quiso el muchacho devolver en igual forma este saludo de despedida, pero al bajar la mano sólo encontró la puerta que se cerraba de golpe y casi le aplastó los dedos.

¿Quién vive? volvió a gritar el centinela. Martín se aplastó en el suelo todo lo que pudo; sonó un disparo y una bala pasó por encima de su cabeza. Afortunadamente, el centinela estaba lejos. Cuando Bautista descendió, Martín comenzó a bajar. Tuvo la suerte de que la cuerda no se deslizase. Bautista le esperaba con el alma en un hilo.

Hubo brega entre las dos hermanas sobre el mejor derecho a la posesión de Miss, y Concha la dejó caer, con tan mala fortuna, que chocando sobre la mesa aplastó un par de pasteles, y manchada con la espuma del merengue emprendió una furiosa carrera hacia el salón. ¡Mi pobre perrita! ¡Animal...! ¡la has muerto! gritó Amparito, como si hubiese ocurrido una desgracia.

Eso no, madre gritó el Magistral perdiendo el aplomo, con las mejillas cárdenas y las puntas de acero, que tenía en las pupilas, erizadas como dispuestas a la defensa . ¡Eso no, madre! Yo los tengo a todos debajo del zapato, y los aplasto el día que quiero. Soy el más fuerte. Ellos, todos, todos, sin dejar uno, son unos estúpidos; ni mala intención saben tener.

Sin querer hemos ido a parar a nuestra madre Eva, cuando tan lejos está la que dio el triunfo a la serpiente de la que aplastó su cabeza; pero la consideración de las distintas maneras de la belleza humana conduce a estos y a otros más lamentables contrasentidos.

Entonces ocurrieron las tormentosas escenas que habían de dejar en Rafael una profunda impresión de amargura y miedo. La dureza del carácter de doña Bernarda quebrantó al joven, haciéndole comprender con cuánta razón había temido siempre a su madre. La áspera devota, con su coraza de virtud y sanos principios, le aplastó desde las primeras palabras. ¿Se había propuesto deshonrar la casa?

Dos relojes las repitieron juntos, casi al unísono, como si las campanadas del segundo fueran eco inmediato de las del primero: eran el del seminario y el del colegio. Aquella brusca llamada a las realidades irrisorias del día siguiente aplastó mi dolor bajo una sensación de pequeñez, y me alcanzó en plena desesperación como un golpe de férula.

Cafetera, que no era lerdo, comprendió al punto hasta dónde alcanzaba su privanza y lo que podía esperar de sus dioses lares; y como, por otra parte, sus libérrimos instintos se le habían revelado diferentes veces hablando con sus compañeros sobre la vida raqueril, se decidió por el arte en el cual hizo su estreno pocos meses después del último mendrugo, que le aplastó la nariz para nunca más enderezársele.