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De vez en cuando miraba con el rabillo del ojo a su amiga, admirando la bravura de aquella chica, que en lance tan apurado marchaba serena, confiándose en él, y segura de misma. No se oía más ruido que el que ellos hacían al pisar las hojas secas sembradas por el camino y el murmullo lánguido del riachuelo.

Nieves, que le miraba de hito en hito, viéndole tan apurado se echó a reír y le puso las manos sobre los hombros. ¿Quieres que me ponga a bailar por la noticia? le preguntó . Dime que , y ya estoy bailando. ¡Pataratas! respondió Bermúdez fingiéndose más contrariado de lo que estaba . Yo no quiero extremos, Nieves: no quiero otra cosa que lo regular.

Y pensó, sin querer, en medio de sus angustias, que no podemos figurarnos ni describir los que no pasamos por ellas: «Esto es lo que en las tragedias se llama la catástrofe». Y más pensó, a pesar de lo apurado de la situación: «En las óperas podemos decir que también hay catástrofes»; y se acordó de la Norma, que era su mujer; y de Adalgisa, que era la tiple; y de Polión, que era él; y del sacerdote, que era Nepomuceno, encargado sin duda de degollarle a él, a Polión.

Esa, padre, es la vida, que quiero llevar, ése es el papel que en efecto me está reservado para el porvenir dijo Amaury. ¿No es verdad que el que haya aguardado más, será el que más habrá apurado el cáliz de amargura? Perdónenme exclamó Antoñita, sintiéndose conmovida, por aquel pugilato de estoicos.

Y aquí que el 4 de Octubre del citado año, Xeniz, viéndose en el apurado trance de que iba á ser capturado por los alguaciles que le habían sorprendido en unión del Asistente, disparó contra éste un pistoletazo, que por gran casualidad no acabó con la vida del conde.

¡Y , chilló la de Jáuregui con espanto, persignándose , te has metido a pastor! Pero aguárdese usted, tía. No juzgue usted las cosas tan de ligero insistió Maximiliano, apurado por no saber expresarse bien . ¡Si ella está arrepentida! Ni ha sido tampoco tan mala como a usted le han dicho. Si es un ángel... ¡De cornisa! Buen provecho. Créame usted, y cuando la conozca... ¡Yo... conocerla yo!

Yo no he olvidado nada, ni sus dulces palabras, ni mis extravagancias, ni sus cuidados tan tiernos y tan pacientes, ni todo el mal que le hice. Yo le he dado un cáliz bien amargo y usted lo ha apurado hasta las heces. Verdad es que yo no era tampoco más feliz. Yo no estaba segura de usted, temía equivocarme sobre el sentido de sus bondades y de interpretar por señales de amor lo que era piedad.

Dicen que los peones de las salinas se están moviendo... Pasemos. ¿Quién es ese hombre que cruza el Altozano, apurado, mirando eternamente el reloj, con el sombrero alto a la nuca, delgado, moreno, con unos ojos brillantes como carbunclos, saludando a todo el mundo y por todos saludado con cariño?

Es verdad, hija mía: el caso es apurado; pero ¿quién te mandó que dijeses que querías ser monja y que lo prometieses? ¿Por qué no declaraste con valor á tu madre que no querías á D. Casimiro y que no querías ser monja tampoco?

Nunca había yo llegado a concebir tanto dolor y tanta resignación: nunca una agonía tan lenta; nunca un sufrimiento tan agudo, soportado, apurado, dominado con tanto valor: en Amparo no había esa expresión de disgusto, de rabia, de lucha impotente; expresión de ángel rebelde y condenado, que es una blasfemia muda; una blasfemia en imagen. Era la víctima resignada al sacrificio.