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Y por último, en el techo, en la vertical del centro de mesa, en un medallón, el retrato de don Jaime Balmes, sin que se sepa por qué ni para qué. ¿Qué hace allí el filósofo catalán? El Marqués no ha querido explicarlo a nadie.

Reíase el catalán mucho y decía a la niña que se casase conmigo para volver el refrán al revés, y que no fuese tras cornudo apaleado sino tras apaleado cornudo. Tratábame de resuelto y sacudido por los palos; traíame afrentado con estos equívocos. Si entraba a visitarlos trataban luego de varear; otras veces de leña y madera.

Juan Bou era un barcelonés duro y atlético, de más de cuarenta años, dotado de esa avidez de trabajar y de esa potente iniciativa que distinguen al pueblo catalán; saludable como un toro, según su propia expresión; de humor festivo y palabra trabajosa.

Es que tengo sabañones replicó con peor humor y acento catalán bien señalado. ¡Oh! Pues si usted padece de sabañones es porque quiere. El catalán le echó una mirada mitad de indignación mitad de curiosidad. , señor; porque usted quiere insistió el otro con aire petulante y satisfecho, mirándole a la cara risueño.

El catalán le respondía con malos modos, cuando le respondía, que no era siempre. Yo satisfice de buen grado su curiosidad. Quedó encantado al saber que iba a Marmolejo. También él se dirigía a este punto, a curarse una afección de la orina. Pero, hombre exclamó el catalán groseramente, ¿no dice usted que tiene usted unos polvos que lo curan todo?

El catalán bajó los ojos, sacudió levemente la cabeza y se dispuso a encender un cigarro. , señor; yo, aquí donde usted me ve, he padecido terriblemente de sabañones. Dijo esto con la misma entonación satisfecha y semblante risueño que si contase que había llegado al polo Norte. Pero no tuve más que ponerme unos polvitos que yo tengo, de mi exclusiva invención... y como con la mano.

En esto estábamos, él dándome y yo casi determinado de darle a él dineros, que es la sangre con que se labran semejantes diamantes, cuando incitados y forzados de los ruegos de mi querida, que me había visto caer y apalear, desengañada de que no era encanto sino desdicha, entraron el portugués y el catalán, y en viendo el escribano que me hablaban, desenvainando la pluma, los quiso espetar por cómplices en el proceso.

Así que me hube sentado apareció Eduardito, que también tomó asiento, o por mejor decir, se dejó caer exánime en la silla al lado de nosotros. La comida principió silenciosa, pero no tardó en animarse generalizándose la conversación; y ¡caso extraño! a pesar de tanto andaluz como allí había, el que llevaba la voz cantante era el catalán.

De ahí viene cierta dignidad altiva sin grosería, cierta conciencia de su personalidad, que impulsa al Catalan á todos los géneros de trabajo imaginables y puros, pero que le hace absolutamente incapaz de degradarse en ocupaciones innobles, como la del rufian ó el trapacero. Allí todo el mundo está ocupado en producir algo.

, , vele con eso a doña Dolores, la de Sobrado. ¡Pues.... Jesús, Ave María! ¡No se allegue usted, que mancho! Me parece a que los de Sobrado no son de allá de la aristocracia, ni del barrio de Arriba. Aún hay quien los vio cargando fardos en el almacén de Freixé, el catalán; que por ahí empezaron, ¡repelo! Hijos del trabajo, como y como yo.