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No había miedo de que algún habitante del reino celestial intentase una segunda sublevación pretendiendo continuar la rebeldía de Lucifer. Eran demasiado listos los de arriba para incurrir en error tan grosero.

Como el estanciero le seguía apuntando con el revólver y la expresión de su rostro no permitía duda sobre la posibilidad del cumplimiento de sus amenazas, el gaucho no osó echar mano á sus armas. Estaba seguro de recibir un balazo apenas intentase un movimiento agresivo. Después de mirarle con ojos rencorosos, se limitó á decir: Volveremos á encontrarnos, patrón, y hablaremos más despacito.

Frente por frente de la meseta que defendían los guerrilleros, y en la ladera opuesta del barranco, a quinientos o seiscientos metros, avanza una especie de espolón descubierto y escarpado que Hullin no había creído necesario ocupar provisionalmente para no dividir las fuerzas, y además porque imaginaba que no le sería difícil rodear la posición por los pinares y establecerse allí en caso que el enemigo intentase apoderarse de ella.

Pero aunque doña Inés no dijo por lo pronto nada a don Paco, se la tenía guardada y seguía observando y averiguando por medio de Crispina, en la creencia de que era a Juana y no a Juanita a quien su padre pretendía o cortejaba. Esta creencia mitigaba no poco el disgusto de doña Inés, porgue no podía entrar en su cabeza que su padre intentase jamás contraer segundas nupcias con Juana la Larga.

¡Ahueca! repitió el señorito, como si fuese a darle de patadas, con la arrogancia de la impunidad. El Chivo salió y los dos amigos volvieron a sentarse. Luis ya no parecía ebrio: antes bien, hacía esfuerzos por mostrarse sereno, abriendo los ojos desmesuradamente, como si intentase anonadar con la mirada a Montenegro.

Se retiraba a su camarote: gustaba de acostarse temprano; esta noche había sido extraordinaria. Ojeda se ladeó como si intentase cortarla el paso, al mismo tiempo que su voz se hacía más suplicante. ¿Irse? ¿Dejarlo en la soledad de aquella fiesta, donde todo le era extraño y antipático?... Se sentía enfermo. Pero ella le atajó con su ironía helada. Debe ser el estómago.

Tentó Orellana ganar á Pascual Alarapita, por la suavidad: escribióle, persuadiéndole pidiese el perdon, y se acogiese bajo las banderas del Soberano, poniendo á su devocion la provincia de Chucuito, y que entregase á cualquiera que con su influjo intentase destruir este pensamiento: pero él obstinado en sus delitos y lleno de soberbia, no quiso contestar, y solo en una esquela que escribió al prisionero Isidro Mamani, hizo mencion de la carta, para asegurarle con osadia, que sin leerla la habia entregado á las llamas añadiéndole muchas amenazas contra Orellana y los demas que intentaban defender á Puno; de modo que ya no dejaba duda que su intento era reunirse con el cuerpo de rebeldes, mandado por Diego Tupac-Amaru, y juntos atacar con todo el esfuerzo posible aquella villa.

Se fue con su indignación crónica y su incurable soberbia, siempre enfermo, gruñón siempre. A nadie dio cuenta de sus planes, y parecía detestar a sus comilitones políticos lo mismo que a sus enemigos. No quería tratos con nadie, ni con su hermano, a quien no podía amar aunque lo intentase, ni con su mujer, a quien aborrecía de la manera extraña que se aborrece lo amado.

Al ver su burdo engaño descubierto, puso la cara triste, como si temiera que intentase yo otra vez arrojarlo a la vía. Sentí compasión y quise mostrarme bondadoso y alegre, para ocultar los efectos de la sorpresa, que aún duraban en . Vamos, acaba de subir. Siéntate dentro y cierra la portezuela. No, señor dijo con entereza . Yo no tengo derecho a ir dentro como un señorito.

Recordó á la princesa Lubimoff y sus extravagantes creencias en el misterio; á la misma madre de Alicia con sus manías devotas. Resultaría inútil cuanto intentase decir. Aquella certidumbre absurda y dolorosa se abría entre los dos como una profundidad que sólo el tiempo podría rellenar.