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Tónica saldría de casa con su vieja amiga; y él, no sabiendo qué hacer, decidióse a ir en busca de su tío. A las once salió a la calle. La mamá y las hermanitas estaban dando la última mano al tocado de circunstancias: el crujiente vestido de seda, el velo de blonda, y al puño el rosario de oro y nácar.

Esperaré que estéis vestida; pero os lo ruego, respondedme. El silencio más completo siguió reinando en su derredor. Una rara ansiedad lo dominó... Llamó al aya en alta voz y golpeó con el puño contra la puerta; pero fué en vano, el cuarto permaneció silencioso como una tumba.

»Carlos, menos ágil que yo, no pudo seguirme, y permanecía en el salón cuando, abriendo la puerta, entró el duque de Arcos, de gran uniforme, con el sombrero convenientemente colocado y su bastón de puño de oro en la mano. »Su vista se fijó en seguida a las pruebas del crimen, que estaban diseminadas por el pavimento. Carlos palideció, pero permaneció inmóvil viendo al Duque dirigirse hacia él.

¡Qué suerte ha tenido usted en que le hubiese reconocido, don Feliciano! exclamó el señor Miranda mostrando su ancho estoque de hierro con puño de hueso. ¡Pues la de usted no ha sido pequeña, don Pedro! contesta el comerciante esgrimiendo en el aire una hoja fina y pavonada de Toledo. Para entrar en la tienda de la Morana era preciso bajar dos escalones.

Sentado a su lado, en el pescante, iba el marqués de Sabadell, afable y cariñoso, defendiendo de los rayos del sol el rostro de la dama con una gran sombrilla de grueso tafetán encarnado, y atento siempre a remediar con su vigoroso puño cualquier descuido que en su ardua tarea de guiar el coche pudiera tener el aristocrático cochero.

De manera que, ya no quedaban en las inmediaciones de Puno otras personas españolas que las que con tiempo procuraron ampararse á la sombra de las trincheras de aquella villa, que formaba como una pequeña isla de fidelidad en medio de un mar de rebelion que la circundaba por todas partes.

Una vez en pie, bramando de ira, se arroja sobre el garrote de uno de los paisanos, se lo arranca de las manos, lo empuña con las suyas indomables y se lanza á la puerta rugiendo: ¡Puño! ¡repuño! Tanto insulto no lo aguanta el hijo de mi madre. ¡Aunque se esconda debajo de la tierra he de atrapar hoy á ese puerco y le he de abrir la cabeza! Los tertulios, claro está, se apresuran á detenerle.

Todos os pasaríais al partido de los pobres. ¡Vivan los pobres! digo yo, y caiga el que caiga. ¡Abajo los ladrones!... Puño, vienen más coches, todos con tías brujas o con mozas guapas muy tiesas. Ya, ya; ¿sombrillita para que el sol no les queme las caras?

Isidora, sentada y apoyando la sien en el puño, parecía estar con su pensamiento en el más lejano de los mundos posibles. No le haré a usted compañía esta tarde, porque voy a comer con Frascuelo y el marqués de Torbiscón... Oigasté, Isidora, usted manda en mi casita, donde no faltará un roío pedazo de pan.

Cautísimo hasta el extremo, don Eleazar jamás escribía una carta de su puño y letra, limitándose a firmar lo que él dictaba, no sin tener la precaución de leer siempre antes de firmar el manuscrito que le presentábamos. En el comercio, don Eleazar estaba considerado como un corsario.