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Actualizado: 13 de junio de 2025


La gran casa solariega de los Montesinos se pudría, se derrumbaba, sin que su dueño intentase en ella la menor reforma, sin que lo advirtiese siquiera. En el piso segundo el criado le condujo al través de varias salas destartaladas y lóbregas, abrió al fin una puerta de cristales con visillos sucios, después de echar una mirada por el interior, dijo: No está aquí. Habrá subido a la biblioteca.

Antes de echarse el jaique sobre los hombros sacó su revólver de la faja, examinando escrupulosamente el estado de las cápsulas y el juego de la llave. ¡Todo corriente! Al primero que intentase algo contra él, le metía los seis tiros en la cabeza. Sentíase bárbaro, implacable, como uno de aquellos Febrer leones del mar, que saltaban a las playas enemigas, matando para no morir.

Pero allí estaba Batiste como centinela de su cosecha, desesperado héroe de la lucha por la vida, guardando á los suyos, que se agitaban sobre el campo extendiendo el riego, dispuesto á soltarle un escopetazo al primero que intentase echar la barrera restableciendo el curso legal del agua.

Contento estaba Cervantes con su buena aventura, que tan en claro le había puesto el encendido amor en que por él ardía doña Guiomar, y parecíale que ya su vida y su alma habían encontrado buen empleo, y la codicia de ver de nuevo a doña Guiomar le aquejaba, y de gozar otra vez de sus ardientes miradas, de las que para él se la salían del alma; pero temía, si iba, no le obligase ella con juramento a que nada intentase contra aquel enemigo de sus padres y suyo, que de tal modo había perseguido a su madre y a ella la perseguía.

El punto de que con mayor esfuerzo se trata con todos aquellos indios, es sobre que no permitan llegar ninguno de afuera por los caminos que tenemos para allá, ni por la Cordillera inmediata á ellos, y que si alguno lo intentase, que lo maten, sin la menor conmiseracion.

Y Ferragut reía á su vez de la pobre ciencia, ignorante y desarmada ante la inmensidad misteriosa del Océano. Apenas si había llegado á medir sus grandes fondos: la escafandra del buzo sólo podía descender unos cuantos metros. Su único instrumento de exploración era el alambre sondeador, menos importante que un hilo de araña que intentase explorar la tierra vagando á través de su atmósfera.

Y rebuscando en el saco de sus herramientas, escogió una hoz, la atravesó en su faja y salió de la vivienda, sin que Pimentó intentase atajarle el paso. A tales horas nada malo podía hacer el viejo: que durmiese al raso, si tal era su gusto. Y el valentón, cerrando la barraca, se acostó.

Luego, colocándolo en la palma de la otra mano, lo fué subiendo hasta cerca de su rostro. ¿Qué ha hecho usted, gentleman? preguntaba Flimnap durante su ascensión, como si intentase reconvenirle. Pero la cólera del gentleman duraba aún, y el profesor se asustó al ver la expresión de sus ojos.

Algo más que el contacto ardoroso de la luz sintió de pronto Feli. Su novio la estrujaba otra vez, pero con mayores arrebatos, sin que ella intentase resistir. Deja que bese ese amarillo de oro... Ahora, el morado; ahora, el azul... el rosa de tu frente... el heliotropo de tus labios... las violetas de tus ojos.

Con esto le juraron fidelidad, forzados á lo que yo puedo juzgar, de la violencia de Rocafort, porque deshechar á su príncipe natural, y tomar al estraño, y enemigo, no es posible que los Catalanes, y Aragoneses voluntariamente lo consintiesen, ni Rocafort lo intentáse, sino por la seguridad que tenian en los Turcos, y Turcoples, y parte de la Almugavaria que ciegamente le obedecían, aunque lo que Rocafort hizo no parece que fuese traicion, porque no tomó las armas contra sus príncipes, sino solo se apartó de sus servicios: cosa en aquellos tiempos licita y usada, y mas cuando precedian agravios.

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