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En las noches siguientes se aventuró á mirarle de aquel modo dulce, rápido y lleno de timidez, de que ya hemos hablado. Octavio llamaba á estas miradas de vuelta de llave, porque, en efecto, parecía que abría un instante las puertas de su alma, y veloz como un relámpago tornaba á echar el cerrojo. Para abreviar, Octavio y Carmen se entendieron perfectamente al poco tiempo.

Levemente turbada, sin mirarle, Coca le repuso: Un amigo de Ignacio... Creemos que ahora está con él en el campamento de Mendoza, pues era de su mismo batallón... Viniendo en auxilio de su hermana, Laura agregó: Lo conocimos y tratamos mucho en casa de tía Viviana, a donde iba casi diariamente.

Al decir tales palabras, el conde extendía la mano, sin mirarle, al señorito, que también se había levantado. Después le volvió la espalda y dió unos pasos hacia el gabinete. El señor cura de la Segada desea ver á los señores anunció la voz del criado. Volvióse rápidamente el conde y dió un paso hacia la mesa. El aya llamó apresuradamente á los niños y cuchicheó con ellos un instante.

Una sonrisa de triunfo contrajo los labios de Miguel, quien salió también velozmente fuera de la sala y se apostó en el vestíbulo esperando a Lucía. Al pasar ésta, rozando con él, aunque sin mirarle, deslizó en su mano una carta que tenía preparada.

Era la primera vez que se encontraban juntos después del paso de la línea. Se adivinó en su nerviosa inquietud un deseo de huir, de restablecer la indiferencia que los había mantenido apartados. Intentó hablar Ojeda. Pasó una mano acariciante por la sedosa cabeza de Karl, pero apenas si éste se volvió a mirarle, ocupado como estaba en la contemplación del mar.

Cuando el joven dijo "gracias, señora," su voz resonó débil y dolorida, anunciando tanto sufrimiento y postración, que Clara no pudo menos de alzar los ojos y mirarle con súbita impresión de interés.

Y esa verdad sus alas me ha prestado, á su cielo de luz me ha conducido, y ora desesperado, ora preocupado ó divertido, al ver el hombre desde allí he llorado, y volviendo á mirarle, me he reido. Envidia ó egoismo; ese es el hombre por más que luche en disfrazar su anhelo con un hermoso nombre.

Feliciana hizo el mismo gesto de espanto que si despertase de súbito completamente desnuda a la vista de los hombres. Se arrancó del brazo de Maltrana y corrió hacia un árbol inmediato, apoyando en él los codos, ocultando la cara entre las manos. No quería que la viese Isidro. Tenía miedo de mirarle. Ahora lloraba de veras, y gemía entre suspiros: ¡Qué vergüenza, Señor!... ¡qué vergüenza!

La rueda de los coches, al pasar por delante de la gran escalinata, iba arrebatando poco a poco a los que allí estaban para dispersarlos por todo Madrid en busca de reposo. Pepe Castro se había colocado al lado de Esperancita y la hablaba dulcemente al oído. La niña, embozada hasta los ojos, sonreía sin mirarle. Cuando su coche llegó al fin, se estrecharon las manos largamente.

Mientras Delaberge hablaba, la señora Liénard había vuelto un poco su rostro y con una de sus lindas manos hurgaba nerviosamente en las flores de un jarrón que tenía a su alcance. Arrancó por fin una ramilla de madreselva y la fue desmenuzando poco a poco entre sus rosados dedos. Sea usted franca y dígame si he leído bien en su corazón. Creo... que murmuró la viuda sin mirarle.