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Un Presidente, cuando está por caer, ya no está sobre nadie, y depende de todos. ¡Pobre don Victorino, viejo, pesado, con su humanidad tan densa, tan maciza, rebulléndose para alcanzar su copa! Pero el hombre, como buen gaucho al fin, llegó hasta el mostrador. Don Victorino es de los que han sabido llegar a todas partes. A me es muy simpático. Bueno; ya he charlado bastante.

En diversos y pintorescos grupos se realizó el almuerzo presidido por la mesa dispuesta para Melchor que sentó a ella a los convidados más representativos: el comisario Maidagan, don Lucas, Baldomero, Lorenzo y dos muchachas hijas de un colono alemán a las que puso a su lado, al mismo tiempo que decía al hermano de ellas que las había acompañado: Usted no cabe aquí, amigo; pero ha de ser buen gaucho... acomódese por allí...

361 Hablaban de hacerse ricos con campos en la fronteras, de sacarla más ajuera, donde había campos baldidos y llevar de los partidos gente que la defendiera. 364 Hace mucho que sufrimos la suerte reculativa trabaja el gaucho y no arriba porque a lo mejor del caso, lo levantan de un sogazo sin dejarle ni saliva.

Si no era mas que eso lo que deseaba, fácilmente podía hacerse. Al fin Elena reanudó su marcha después de saludar al gaucho con cierta coquetería, satisfecha de su emoción y del deseo hambriento que reflejaban sus ojos. ¡Pobre hombre!... ¡Un tipo interesante! Mientras los tres jinetes se alejaban, Manos Duras siguió inmóvil junto al camino. Deseaba ver algunos momentos más á aquella mujer.

La partida rara vez lo sigue; mataría inútilmente sus caballos, porque el que monta el Gaucho Malo es un parejero pangaré tan célebre como su amo.

Esta es su obra maestra, su tipo de gobierno, que ensayará más tarde para la ciudad misma. Es preciso conocer el gaucho argentino y sus propensiones innatas, sus hábitos inveterados.

Preguntadle al gaucho, a quien matan con preferencia los rayos, y os introducirá en un mundo de idealizaciones morales y religiosas, mezcladas de hechos naturales, pero mal comprendidos, de tradiciones supersticiosas y groseras.

Equipa 4.000 caballos y llega hasta las goteras de Buenos Aires con sus brillantes bandas, al mismo tiempo que Rosas, el gaucho de la Pampa, que lo ha vencido en 1830, abjura por su parte sus instintos montoneros, anula la caballería en sus ejércitos, y sólo confía el éxito de la campaña a la infantería reglada y al cañón.

979 hasta que, tanto aguantar el rigor con que lo tratan o se resierta, o lo matan, o lo largan sin pagar. 980 De ese modo es el pastel, porque el gaucho -ya es un hecho- no tiene ningún derecho, ni naides vuelve por él. 981 ¡La gente vive marchita! Si viera cuando echan tropa: les vuela a todos la ropa que parecen banderitas.

Un soldado hay, empero, cuya vara aparece más corta que las otras. «¡Miserable! le grita Facundo con voz aterrante , ¡ eres!...» Y en efecto, él era; su turbación lo dejaba conocer demasiado. El expediente es sencillo: el crédulo gaucho, temiendo que, efectivamente, creciese su varita, le había cortado un pedazo.