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No se mudó el Casino y siguió remendando como pudo sus goteras y demás achaques de abolengo. Tres generaciones habían bostezado en aquellas salas estrechas y obscuras, y esta solemnidad del aburrimiento heredado no debía trocarse por los azares de un porvenir dudoso en la parte nueva del pueblo, en la Colonia. Además, decían los viejos, si el Casino deja de residir en la Encimada, adiós Casino.

El primogénito del segundón quiso tener una carrera, ser algo más que heredero de algunas caserías, unos cuantos foros y un palacio achacoso de goteras. Fue ingeniero militar. Se portó como un valiente; en muchas batallas demostró grandes conocimientos en el arte de Vauban, construyó duraderos y bien dispuestos fuertes en varias costas, y llegó pronto a coronel de ejército, comandante del cuerpo.

Hombre... exclamó Miranda atusándose los mechones de las sienes con el ademán belicoso de los pasados días . Cualquiera pensará que estoy calvo. Pues aún me defiendo muy bien. Los padecimientos me tienen así, un poco.... ¿Estás enfermo? ¡Goteras, chico, goteras!

«¡Ah, ! ella estaba dispuesta a procurar la salvación de su alma, a buscar el camino seguro de la virtud; pero ¡cuánto mejor se hubiera abierto su espíritu a estas grandezas religiosas en un escenario más digno de tan sublime poesía! ¡Cuán difícil era admirar la creación para elevarse a la idea del Creador, en aquella Encimada taciturna, calada de humedad hasta los huesos de piedra y madera carcomida; de calles estrechas, cubiertas de hierba-hierba alegre en el campo, allí símbolo de abandono , lamidas sin cesar por las goteras de los tejados, de monótono y eterno ruido acompasado al salpicar los guijarros puntiagudos!...».

«Imaginaos cuatro sucias paredes sosteniendo un inclinado techo, al través del cual el agua del invierno por innumerables goteras se escurre. Andrajos de uno á modo de papel azul, pendían de los muros; y la cama, enclavada en un rincón, era paralela al techo, es decir, inclinada por los pies.

Déjame en paz, Gregoria decía cuando la mujer le atosigaba demasiado; mira, hija, que es preciso convencerse que ni uno ni otro estamos para estas cosas; el amor es gaje de la juventud, y cuando se tienen hijos con barbas, y canas y reumatismo y chocheces y goteras por todos lados, empeñarse en hacer los Faustos y las Margaritas es exponerse a desafinar y dar fiasco.

La antigua reina del Guadalquivir, que ya solo cobra de este gran rio el tributo de sus aguas sin cansarle con sus bajeles, se ofrecerá á tus ojos como un mayorazgo arruinado que pasa la vida en magestuosa holganza instalado en su espaciosa casa solariega, de cuyas paredes penden empolvadas, desgarradas y descoloridas tapicerías, en otro tiempo magníficas, y entretenido con los ahumados retratos de sus abuelos mientras las goteras acaban de arruinar sus artesones, y en tanto que sus tierras yacen abandonadas á la cizaña, á la oruga y á la langosta.

El Gobierno francés, al fin, mandó a M. Mackau a terminar a todo trance el bloqueo, y con los conocimientos de M. Mackau sobre las cuestiones americanas, se firmó un tratado que dejaba a merced de Rosas el ejército de Lavalle, que llegaba en aquellos momentos mismos a las goteras de Buenos Aires y malograba para la Francia las simpatías profundas de los argentinos por ella y la de los franceses por los argentinos; porque la fraternidad galo-argentina estaba cimentada en una afección profunda de pueblo a pueblo, y en tal comunidad de intereses e ideas, que aun hoy, después de los desbarros de la política francesa, no ha podido en tres años despegar de las murallas de Montevideo a los heroicos extranjeros que se han aferrado a ellas como al último atrincheramiento que a la civilización europea queda en las márgenes del Plata.

Equipa 4.000 caballos y llega hasta las goteras de Buenos Aires con sus brillantes bandas, al mismo tiempo que Rosas, el gaucho de la Pampa, que lo ha vencido en 1830, abjura por su parte sus instintos montoneros, anula la caballería en sus ejércitos, y sólo confía el éxito de la campaña a la infantería reglada y al cañón.

Entapizaba sus muros viejo terciopelo azul, podrido en lo alto por el agua de las goteras y coriáceo, reseco hacia los bordes, como el velludo que se desprende y retuerce sobre las viejas arcas mortuorias. A uno y otro lado se veían sillas de roble incrustadas de marfil, y bargueños, bufetes, contadores, donde el trabajo de la carcoma remedaba los ojos del alcornoque.