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En el Hotel de París hay otro individuo de la familia, pero de la rama triunfante, de la que gobierna y cobra. Lo conozco dijo riendo Atilio . Es un joven de exuberancias calípigas, que va á todas partes con su gentil secretario.

Las pocas fuerzas que nos quedan, avivadas con el agravio, al mayor poder se podian oponer, y mas favorecidas de la razon que tan claramente está de nuestra parte. Vuestro ánimo invencible en la dificultad cobra valor, y en el mayor peligro, mayor esfuerzo.

A , cuando escribo, me gusta siempre tener razón. De hacienda. Largamente, pero siempre en broma, para nosotros será un juego esto; no nos faltará a quien imitar. Los asuntos de cuentas sólo son serios para quien paga; pero para quien cobra... De guerra.

Arriba está nuestro escudo, dibujado con perfección, y luego estas palabras: «Librería internacional de Luis d'Arda; proveedor de Su Gracia la Marquesita Florencia Albizzoni Vivaldi...» ¡Cómo se ha reído papá! «¡Esperamos la facturale ha dicho, siguiendo la broma, y el Conde, muy serio, ha contestado: «Nuestra casa cobra a fin de año

No es misticismo inerte, egoísta y solitario el suyo, sino que desde el centro del alma, la cual no se pierde y aniquila abrazada con lo infinito, sino que cobra mayor aliento y poder en aquel abrazo; desde el éxtasis y el arrobo; desde la cámara del vino donde ha estado ella regalándose con el Esposo, sale, porque él le ordena la caridad, y es Marta y María juntamente; y embriagada con el vino suavísimo del amor de Dios, arde en amor del prójimo y se afana por su bien, y ya no muere porque no muere, sino que anhela vivir para serle útil, y padecer por él, y consagrarle toda la actividad de su briosa y rica existencia.

El portero no hizo caso de sus palabras y continuó: ¿Cuánto cobra usted al mes? El rubio me dijo que cincuenta rublos. No es mucho. ¡Doscientos! dijo Krilov, observando con una alegría maligna que el rostro del portero expresaba casi el entusiasmo. ¡Oh, doscientos! Eso es otra cosa... ¿Quiere usted un cigarrillo?

Cobra del Ministerio de Estado por las misiones extranjeras, que de nada sirven; del de la Guerra y del de Marina por el clero castrense; del de Instrucción pública y del de Justicia.

Sin embargo, una parte del misterio que en su imaginación había circundado a las Aliaga, se fue aclarando, como los contornos de una figura que parece fantástica en la penumbra y luego a la plena luz cobra una realidad más simple. Acaso la más linda era Laura. Unía la sensibilidad excesiva a cierta actitud de calma inalterable.

Por dinero baila el perro. Cobra y no pagues, que somos mortales. Dádivas ablandan peñas. Ten dinero, tuyo o ajeno. Quien tiene dineros, pinta panderos. Y así pudiera yo seguir citando hasta llenar un pliego de impresión.

El lector se pregunta: ¿se hubiera suicidado Isaac si cobra el dinero del monumento a Legazpi, o hubiera sufrido mejor con el dinero los desdenes de su mujer? ¿Si triunfa en el Ayuntamiento y después en las elecciones de diputados, no se hubiera resignado a vivir? ¿Si los críticos hubieran sido justos o muy benévolos y no hubieran señalado defecto alguno en sus obras, ensalzándolas sin reparo, no hubiera sido grande su consolación y sobrado eficaz para quitarle del pensamiento el violentísimo propósito de destruir lo que había hecho y de matarse en seguida?