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De esta guisa, sabiamente aleccionada, comenzó a llenar Beatriz su misión en la tierra: reír, vestir hechiceramente, hacer cada vez más ligera su danza, salpicar a cada giro del faldellín un rocío de fascinación. De alambique en alambique, llegó a ser una verdadera quintaesencia de cortesanía y de embeleso.

De esta herida, que dado el temperamento de su esposa, no tenía tiempo a cicatrizarse, vengábase lindamente despellejando a la aristocracia de Madrid, arrojando puñados de lodo que llegaban, a salpicar a las más altas personas. Pasaba el duque de Tornos por una de las lenguas más aguzadas y temibles de la capital. Venturita tuvo ocasión pronto de conocer su temple y su filo.

Palabras eran de esas que matizan y salpimentan las disputas populares; equivalen al siniestro brillo de la navaja en el aire y al salpicar de sangre soez entre las inmundicias que de un corazón rudo salen a una boca sedienta de injuria. Entre lo que no puede reproducirse se destacaban estas frases. ¡Mi hija muerta!... ¡Cosas malas en el agua!... ¡Esos pillos!...

He aquí otra observación. El golpe dado al pueblo simplemente es sólo perjudicial para él: el que se da en la clase media suele salpicar al que le da.

No era chic hablar español en el gran mundo; era necesario salpicar la conversación con algunas palabras inglesas, y muchas francesas, tratando de pronunciarlas con el mayor cuidado, para acreditar raza de gentilhombre.

En él, como en Daudet, la producción es violentísima; produce de un tirón, rápidamente y como delirando. A veces se le oye exclamar: «¡Ah, tunanta!»... O bien: «¡Ah, miserable, ya eres mío!...» La cólera de sus personajes le quema, irritándole hasta el paroxismo, obligándole á salpicar el primer original de sus obras de interjecciones y frases soeces.

Aquello me indignó; pero mi indignación se trocó en asombro y en un sentimiento indefinible, mezcla de respeto, de pena y de miedo, cuando observando atentamente las facciones mutiladas de aquel cadáver, reconocí en él a mi tío... Cerré los ojos con espanto, y no los abrí hasta que el violento salpicar del agua me indicó que había desaparecido para siempre ante la vista humana.

«¡Ah, ! ella estaba dispuesta a procurar la salvación de su alma, a buscar el camino seguro de la virtud; pero ¡cuánto mejor se hubiera abierto su espíritu a estas grandezas religiosas en un escenario más digno de tan sublime poesía! ¡Cuán difícil era admirar la creación para elevarse a la idea del Creador, en aquella Encimada taciturna, calada de humedad hasta los huesos de piedra y madera carcomida; de calles estrechas, cubiertas de hierba-hierba alegre en el campo, allí símbolo de abandono , lamidas sin cesar por las goteras de los tejados, de monótono y eterno ruido acompasado al salpicar los guijarros puntiagudos!...».