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Calzaba pantuflas de distinto tamaño y color, una roja y otra azul, adquiridas al azar de la busca. La falda estaba matizada de grandes remiendos, pero bajo estos andrajos superpuestos aún se revelaba en varios sitios el bordado del primitivo terciopelo.

Era un hombre cubierto de andrajos, y que andaba con un pie y una muleta; la otra pierna era un miembro repugnante, el muslo hinchado y cubierto de costras, el pie colgando, seco, informe y sanguinolento. Mostraba aquello para excitar la compasión. Era la pierna para él su modo de vivir, su finca, su oficio, lo que para los mendigos músicos es la guitarra o el violín.

Otros dos disparos partieron de la casa del guardabosque, llevándose un jirón de los andrajos del loco, que prosiguió su carrera, repitiendo los hurras con ronca voz y subiendo por el sendero que habían seguido sus camaradas. Toda aquella visión desapareció como un sueño. Entonces Luisa se volvió. Catalina estaba de pie a su lado, no menos estupefacta y no menos atenta que ella.

«¡Qué baile! gritó el Canciller con desparpajo, que baile encima de la mesa. Y si no lo quiere hacer, pido que se le quiten los adornos que se le han puesto, dejándole cubierto de andrajos y descalzo, como cuando entró aquíMigajas sintió que afluía toda su sangre al corazón. Su cólera impetuosa no le permitió pronunciar una sola sílaba.

Animados con su aliento y brío, nos entramos por un espeso bosque, donde el santo varón, pasando por las matas y troncos, armados de durísimas espinas por todas partes, dejaba aquellos andrajos de su sotana que habían escapado del fuego, cayendo á cada paso sin poderse levantar, con que era preciso darle la mano.

Algunos troncos faltos de hojas cubríanse de colgantes pabellones de fibras, semejantes a vestiduras que cayesen en andrajos. Al otro lado del camino, por entre la empalizada de los troncos y las copas de los árboles crecidos en la pendiente, mostrábanse a cada revuelta la ciudad y la bahía. Las masas de techumbres rojas y pardas estaban igualadas por la distancia.

Los carabineros descubrían entre las rocas cuerpos destrozados en actitudes trágicas, con los ojos vidriosos casi fuera de sus órbitas. Muchos de ellos eran reconocidos como soldados por los andrajos que revelaban un antiguo uniforme ó las chapas de identidad fijas en sus muñecas. Pertenecían á Francia.

La letra es suya, y sin embargo parece de distinta mano. ¡Ay! ¡lo que me dice su letra!... Lo veo como al otro, como al infeliz amarrado al poste, cubierto de andrajos, con una delgadez esquelética... ¡Mi hijo! Lubimoff tuvo que oprimir sus dos manos fuertemente, tirar de ellas para sostenerla y que no se arrojase sobre la cama con histéricas convulsiones.

A cuál por asirle de alguna parte segura, por estar todo tan manido le agarraba el corchete de las puras carnes y aun no hallaba de qué asir, según los tenía roídos la hambre. Otros iban dejando a los corchetes en las manos los pedazos de ropillas y gregüescos; al quitar la soga en que venían ensartados, se salían pegados los andrajos.

Yo apostaría a que son personas pudientes los padres de esta niña replicó el marica. ¡Adiós! ¡ya se nos va Manuel Antonio al folletín! exclamó la dama con una risita nerviosa. Las personas pudientes no dejan a sus hijos envueltos en estos andrajos. En efecto, la niña venía cubierta por unos trapos miserables y una manta raída y sucia.