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Aunque desconfiado, le he visto muchas veces torear con arte y en corto y meterse como Dios manda... Al que no puedo resistir es al Gordo. ¡En la vida le he visto medio aplomado, ni pinchar más que a paso de banderillas! Tampoco creo eso que usté dise: ar Gordo le pasa lo que a too nosotro; si er toro acude bien, güeno; si no tiene gana, malo. Y aluego ¿qué se pué esí de la muleta?

Le he sacado de la deportacion donde se dedicaba á podar cocoteros y le he hecho pirotécnico. Volvieron á la calzada y á pié se dirigieron hácia Trozo. Delante de una casita de tabla, de aspecto alegre y aseado, había un español apoyado en una muleta, tomando la luz de la luna. Simoun se dirigió á él; el español al verle procuró levantarse ahogando un quejido.

El Cigarrero dirigió una mirada vaga a los tendidos; se pasó otra vez la mano por la frente, y dejando caer al suelo la muleta, se echó a correr como un gamo sin atender a los gritos de entusiasmo, a los llamamientos que de todos lados le hacían; brincó la barrera y desapareció de la vista del público. Cuando llegó a la enfermería estaban ya allí Enrique y Miguel con el médico y algunos amigos.

Entonces... el marqués de Moraima, que estaba en un palco, se vio, sin saber cómo, detrás de la barrera, entre los mozos, que corrían con la agitación de la accidentada lidia, y cerca del maestro, que preparaba su muleta con cierta calma, como queriendo retardar el momento de verse frente a frente con un animal de tanto poder. «¡Coronel!», gritó el marqués sacando medio cuerpo fuera de la barrera y golpeando las tablas con las manos.

Viéndose a solas en la habitación conyugal pues había vuelto a ella al abandonar su cuarto de enfermo , plantábase frente a un espejo y se perfilaba lo mismo que si estuviese ante un toro, poniendo un brazo sobre otro en forma de cruz, cual si tuviera en sus manos la espada y la muleta. ¡Zas!

Gallardo avanzó hacia el toro lentamente, llevando la muleta apoyada en el vientre como una bandera y agitando en la otra mano la espada con un movimiento de péndulo que acompañaba su paso. Al volver un instante la cabeza, vio que le seguían el Nacional y otro de su cuadrilla con el capote al brazo para ayudarle. ¡Fuera too er mundo!

Varias veces golpeó Gallardo el suelo con un pie para incitar a la bestia, y ésta, por fin, acometió blandamente, pasando apenas bajo la muleta, pues el torero se apresuró a apartarse con visible precipitación. Muchos se miraron en los tendidos. ¿Qué era aquello?... El espada vio a su lado al Nacional y algunos pasos más allá a otro peón de la cuadrilla, pero no gritó «¡Fuera too er mundo

Si sacas partido de esto, serás feliz. Casi estoy por decirte que mejor te cuadra un marido como el que tienes, que otro de mejor lámina, porque con un poco de muleta harás de él lo que quieras.

Pero el animal se revolvió prontamente, cayendo de nuevo sobre el matador con un violento golpe de cabeza que arrancó la muleta de sus manos. Al verse desarmado y acosado, tuvo que correr hacia la barrera; pero en el mismo instante el capote de Fuentes distrajo al animal.

Extendió su muleta el espada, y la bestia acometió con sonoro bufido, pasando bajo el trapo rojo. «¡Olé!», rugió la muchedumbre, familiarizada ya con su antiguo ídolo y dispuesta a encontrar admirable todo cuanto hiciese. Siguió dando pases al toro, entre las aclamaciones de la gente que estaba a pocos pasos de él y viéndole de cerca le daba consejos. ¡Cuidado, Gallardo! El toro estaba muy entero.