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Si bien es cierto que la prudencia aconseja ser mas bien desconfiado que presuntuoso, y que por lo mismo no conviene entregarse con facilidad á empresas arduas, tambien importa no olvidar que la resistencia á las sugestiones del orgullo ó de la vanidad, puede muy bien explotarla la pereza.

Aunque desconfiado, le he visto muchas veces torear con arte y en corto y meterse como Dios manda... Al que no puedo resistir es al Gordo. ¡En la vida le he visto medio aplomado, ni pinchar más que a paso de banderillas! Tampoco creo eso que usté dise: ar Gordo le pasa lo que a too nosotro; si er toro acude bien, güeno; si no tiene gana, malo. Y aluego ¿qué se pué esí de la muleta?

Contra ellos está escrito este libro, que, entre desconfiado y medroso, dejo pasar de mis manos a las tuyas. Recíbelo, no como novela que mueve a pensar, sino como juguete novelesco, contraveneno del tedio y engañifa de las horas. Madrid, 1891. Capítulo I

Acercábase a una compañera, y esta le volvía la espalda; su mesa quedó desierta, porque nadie quiso trabajar a su lado; ponía su mantón en el estante, y al punto se lo empujaban disimuladamente desde la otra parte de la sala, para que cayese y se manchase; dejaba su lío de comida en el altar, y lo veía retirado de allí con horror por diez manos a un tiempo; la maestra examinaba sus mazos de puros, antes de darlos por buenos y cabales, con ofensiva minuciosidad y ademán desconfiado.

Derramando lágrimas heladas de anciana, empezó a contar prolijamente de qué manera en la familia amaban a su hijo Sacha y el terrible golpe que había sido para ellos su enfermedad inesperada. No había habido nunca locos en la familia, ni aun en las generaciones precedentes. El propio Sacha había sido siempre un joven sano, aunque un poco desconfiado. La anciana insistía en este punto.

Contra ellos está escrito este libro, que, entre desconfiado y medroso, dejo pasar de mis manos a las tuyas. Recíbelo, no como novela que mueve a pensar, sino como juguete novelesco, contraveneno del tedio y engañifa de las horas. Madrid, 1891. A quien leyere Figúrate, lector, que vuelves a tu casa mohíno y aburrido, lacio el cuerpo, acibarado el ánimo por la desengañada labor del día.

Más desconfiado, Tomás Rider observó que aquella gente de Red-Dog podía cambiarlo y endosarles otro, incredulidad respecto a la honradez de los vecinos campamentos que prevalecía en Campo Rodrigo tocante a todos los asuntos. La proposición de tomar una nodriza encontró también en la asamblea una oposición formidable.

Muy parlachín y comunicativo hasta los diez años, volvíme después huraño, reservadísimo y melancólico. Ya he dicho que la vida del Colegio, áspera, fría, monótona, entenebreció mi espíritu; ahora es bueno apuntar que la excesiva severidad de mis maestros, no siempre oportuna y atinada, me hizo desconfiado y receloso.

Si hasta entonces no había sido desconfiado ahora lo era; separándose de las regiones sentimentales a que lo conducía, a pesar suyo, el desinterés expresado por María Teresa, entró pronto en consideraciones que juzgó llenas de perspicacia.

Llegó un instante en que se vio precisado a retirarse del comercio social, para no tener a cada instante alguna reyerta. Se hizo susceptible, desconfiado; una palabra le desconcertaba, una mirada le hería; no transcurrían ocho días sin que riñese con algún amigo por cualquier bagatela.