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Recorrieron la sala de oreos, donde miles de mazos de cigarros se hallaban colocados en fila, y los almacenes, henchidos de bocoyes, que, amontonados en la sombra, parecen sillares de algún ciclópeo edificio, y de altas maniguetas de tabaco filipino envueltas en sus finos miriñaques de tela vegetal; atravesaron los corredores atestados de cajones de blanco pino, dispuestos para el envase, y el patio interior lleno de duelas y aros sueltos de destrozadas pipas; y por último, pararon en los talleres de la picadura.

Aparte de ellos, sólo quedaban los carabineros instalados en el cuartelillo y varios calafates que hacían resonar sus mazos sobre el casco de una goleta encargada por los hermanos Blanes. Todos los hombres estaban en el mar. Unos navegaban hacia América tripulando los bergantines y bric-barcas de la costa catalana. Los más tímidos é infelices pescaban.

-Pues, porque os burláis, no me burlo yo -respondió don Quijote-. Venid acá, señor alegre: ¿paréceos a vos que, si como éstos fueron mazos de batán, fueran otra peligrosa aventura, no había yo mostrado el ánimo que convenía para emprendella y acaballa? ¿Estoy yo obligado, a dicha, siendo, como soy, caballero, a conocer y destinguir los sones y saber cuáles son de batán o no?

Detrás, se contaba dinero sobre las mesas, afanosamente: no se escuchaba la agradable música de las monedas, porque eran enormes mazos de billetes, sucios y deleznables, espulgados por dedos que la práctica hacía parecer mecánicos.

Era un amplio patio con cobertizos, debajo de los cuales trabajaban los toneleros golpeando con sus mazos los aros que aprisionaban la madera. Los toneles a medio construir, con sólo la parte superior sujeta por los aros de hierro, abrían sus duelas sobre un fuego de virutas que las caldeaba, encorvándolas para que facilitasen el cierre.

Otros cien pasos serían los que anduvieron, cuando, al doblar de una punta, pareció descubierta y patente la misma causa, sin que pudiese ser otra, de aquel horrísono y para ellos espantable ruido, que tan suspensos y medrosos toda la noche los había tenido. Y eran -si no lo has, ¡oh lector!, por pesadumbre y enojo- seis mazos de batán, que con sus alternativos golpes aquel estruendo formaban.

En sus orillas surgen mazos de flores; árboles llenos de savia extienden sus largos brazos, y el que se pasea á lo largo de su orilla puede tranquilamente descansar á su sombra, contemplando el espléndido cuadro que se desarrolla entre dos sinuosidades. ¡Cuán diferente es el arroyo bajo las ciudades! El agua es igual en substancia, pero sólo para el químico.

Los calafates van clavando gruesos clavos en el costado del barco, a golpes de martillo; alrededor suelen verse mazos, grandes barrenos, gubias, gatos para levantar pesos y varias calderas negras llenas de alquitrán, que los hijos pequeños de Shempelar suelen hacer hervir con virutas y pedazos de tablas viejas.

Porque quiero que sepas, Sancho, que en él no hay estado más peligroso que el de los aventureros. -Así es verdad -dijo Sancho-, pues sólo el ruido de los mazos de un batán pudo alborotar y desasosegar el corazón de un tan valeroso andante aventurero como es vuestra merced.

Acercábase a una compañera, y esta le volvía la espalda; su mesa quedó desierta, porque nadie quiso trabajar a su lado; ponía su mantón en el estante, y al punto se lo empujaban disimuladamente desde la otra parte de la sala, para que cayese y se manchase; dejaba su lío de comida en el altar, y lo veía retirado de allí con horror por diez manos a un tiempo; la maestra examinaba sus mazos de puros, antes de darlos por buenos y cabales, con ofensiva minuciosidad y ademán desconfiado.