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El jefe del cuartelillo no se atrevía á registrar la iglesia, pero miraba de reojo á Mosén Jòrdi, un bendito capaz de permitir que escondiesen el tabaco en los altares á trueque de que le dejasen pescar en paz. Los ricos vivían con la espalda vuelta al pueblo, contemplando la extensión azul sobre la cual se arriesgaban las casas de madera que eran toda su fortuna.

El oficial accedió y pasó a los dos a un cuarto destartalado que servía para los oficiales. La superiora, Bautista y el demandadero, no merecieron las mismas atenciones y quedaron en el cuartelillo.

Nadie había visto nada, nadie sabía nada; Pimentó contaba con risotadas brutales cómo se había roto él mismo la cabeza volviendo de la taberna, á consecuencia de su apuesta, que le hizo andar con paso vacilante, chocando contra los árboles del camino; y los dos guardias civiles tuvieron que volverse á su cuartelillo de Alboraya, sin sacar nada en claro de los vagos rumores de riña y sangre que habían llegado hasta ellos.

Total de gastos, con hospedaje y alimentos de las tres personas en el Cuartelillo, cinco napoleones. Nada, pues, le quedaba ya que ver, como él decía, cuando le avisaron que era preciso embarcarse, porque estaba la fragata lista para darse á la vela. Esta noticia, que no le sorprendió lo más mínimo, acabó de anonadar á su madre y sacó, por un instante, de su habitual atolondramiento á tío Nardo.

Aparte de ellos, sólo quedaban los carabineros instalados en el cuartelillo y varios calafates que hacían resonar sus mazos sobre el casco de una goleta encargada por los hermanos Blanes. Todos los hombres estaban en el mar. Unos navegaban hacia América tripulando los bergantines y bric-barcas de la costa catalana. Los más tímidos é infelices pescaban.