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Atolondra y pasma la ruidosa animacion de Lóndres: el tumulto y agitacion de Paris es agradable, es animado, es de otro género: en la ciudad inglesa todo es carbon de piedra, fardos de telas; todas las casas de Inglaterra tienen el mismo color sombrío, los tejados están henchidos de chimeneas, todas están ennegrecidas, no hay una sola casa de fisonomía alegre, el humo de la fabricacion y la tristeza de la atmósfera, siempre viuda del sol, han pintado con sombra toda la construccion inglesa.

Terminó el sermón exhortando a los fieles, con arranques de elocuencia henchidos de imágenes, a que se muestren devotos del Sagrado Corazón de Jesús. «Un cuarto de hora todos los días de plática amable con este Sagrado Corazón proporciona al alma el gozo más puro que puede tener en la tierra. Gustate, et videte quoniam suavis est Dominus.

Aquellos salones deslumbrantes de luz, saturados de perfumes, henchidos de bellezas cargadas de lujo y de pasiones; el incesante crujir de las telas; el ondular de las colas, arrastradas sobre los aterciopelados tapices; el rumor de las conversaciones, el centelleo de las joyas, los suaves acordes de la invisible orquesta, y el flujo y reflujo de la muchedumbre, verdadero mar de colores y sonidos derramado por aquellos ámbitos esplendentes, ora en impetuoso torbellino agitado por los huracanes de la danza, ora en sosegado vaivén durante los intermedios; toda aquella magnificencia, en suma, toda aquella pomposidad babilónica, ejercía sobre el espíritu cierta impresión de borrachera, que disculpaba, en lo humano, el éxtasis en que el marqués admiraba el espectáculo, la pasión con que la marquesa hacía los honores de él, y la voluptuosidad con que la hija se dejaba mecer sobre el oleaje de aquella tempestad de deleites.

Aquellos árboles, llenos de vigor, henchidos de salud y de fuerza, le seducían: su inmovilidad augusta, el recogimiento de sus copas, le causaban una sensación melancólica: la fortaleza de sus enormes brazos, que se extendían por el espacio firmes y poderosos, repletos de savia, le infundían respeto y envidia.

Esto se decía y se propalaba por aquellos ámbitos henchidos de la fragancia de todas las pasiones, buenas y malas, pero muy elegantes, y de nada se asombró la recién llegada madrileña, porque lo uno lo consideraba verosímil y hasta necesario, y de lo otro sabía que era la pura verdad. Sucesos hartos más graves la aguardaban en Spá.

No hablemos de la aristocracia del dinero, porque si alguna hay falta de fundamento es ésta: la que se funda en la riqueza, que todos pueden tener; en el oro, de que solemos ver henchidos los bolsillos de éste o aquél alternativamente, y no siempre de los hombres de más mérito; en el dinero, que se adquiere muchas veces por medios ilícitos, y que la fortuna reparte a ciegas sobre sus favoritos de capricho.

Avanzaron á marcha forzada por él, y llegando á la peña de Sobeyana se detuvieron. Era el sitio más á propósito para la siniestra emboscada que preparaban. Ocultos entre los avellanos y nogales que guarnecían el camino esperaron. No se tardó media hora sin que llegasen á sus oídos los ¡ijujús! de los del Condado, que regresaban los primeros á sus casas henchidos de alegría y orgullo.

Recorrieron la sala de oreos, donde miles de mazos de cigarros se hallaban colocados en fila, y los almacenes, henchidos de bocoyes, que, amontonados en la sombra, parecen sillares de algún ciclópeo edificio, y de altas maniguetas de tabaco filipino envueltas en sus finos miriñaques de tela vegetal; atravesaron los corredores atestados de cajones de blanco pino, dispuestos para el envase, y el patio interior lleno de duelas y aros sueltos de destrozadas pipas; y por último, pararon en los talleres de la picadura.

No tengo mas apuntes que consultar: escrito queda cuanto mi memoria recuerda haber visto; salí de la ciudad para regresar á Milan, con la cabeza y el corazon henchidos de recuerdos que conservaré toda mi vida, con fervientes deseos de volver un dia, con ardientes plegarias por la emancipacion de la ciudad querida.

Ignoro este misterio tan triste de mi vida Que a veces con mis lloros, yo quisiera morir... Ignoro si hay otra alma sensible y dolorida Que en esta vida quiera mis penas compartir. Ni los labios henchidos de mimos y embelesos Que mitigan las penas con caricias y besos Han podido de mi alma suavizar el dolor.