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Los errores, las culpas y faltas de aquellos últimos meses, se desvanecían ante el recuerdo de los mimos de la infancia, las caricias de la juventud y los cuidados de siempre. De pronto se abrió la puerta de cristales, que daba a la ronda, y entró Millán, yendo a sentarse junto a su amigo. Venía mal encarado, con los ojos aún abrillantados por la ira. ¿Qué ha sucedido? ¿La has visto?

Daban un panecillo a cada muchacho, y esto ayuda. Pero aguárdate; un día y otro no, me hacía novillos el tunante. Después le puse en los Católicos de ahí abajo, y se me escapaba a las pedreas... Es un purgatorio saltando. Nada, nada, a trabajar. ¡Qué puñales!..., no están los tiempos para mimos. Estoy muy mal de acá, hija.

En cuanto a lo que doña Visita es cerca del cardenal añadió , no me cabe duda alguna. Tengo datos, tío. de buena tinta cómo viven. Un familiar los ha visto muchas veces besándose. Es decir, besándose los dos, no. Ella era quien besaba, y don Sebastián acogía con una sonrisa de angelón sus mimos de gatita. ¡El pobre está tan viejo...!

Como no hemos sido criados con mimos; como desde nuestra más tierna infancia nos acostumbramos a la idea de que no había nadie inferior a nosotros.... Los hombres que se forman solos, como nosotros nos formamos; los que, sin ayuda de nadie, ni más amparo que su voluntad y noble ambición, han logrado salir triunfantes en la lucha por la existencia... ¡demonio!, estos son los únicos que saben cómo se ha de tratar a un menesteroso.

Su madre, la Condesa viuda, le idolatraba y le había mimado siempre; pero los mimos, lejos de pervertir las buenas naturalezas, las hacen mejores y más dulces; convierten la hiel en almíbar. Para el Condesito era fácil ser bueno. Nada envidiaba. Todo le sonreía. Ya hemos dicho que poseía quince mil duros de renta, que era de buena familia y que gozaba de perfecta salud.

Parece como que el baile es un deber en tales días, un rito sagrado, algo que ya se vió en el mundo antiguo. Ni sonrisas, ni rendimiento, ni obsequiosos mimos; nada hay en esta danza que se parezca al fandango ni á la jota. Los hombres tienen los ojos fijos en tierra, y las mujeres en el rostro de su señor.

Huérfano de madre á los tres años de edad, había sido criado y mimado por una tía solterona, que vivía en la casa, y á quien llamaban la chacha Victoria. Tenía además otra tía, que si bien no vivía con la familia, sino en casa aparte, había también permanecido soltera y competía en mimos y en halagos con la chacha Victoria. Llamábase esta otra tía la chacha Ramoncica.

Fuera de esto se mostraba amable con él, le trataba como a un niño, le daba bocaditos del plato en que ella comía y le hacía mimos cogiéndole la barba con la punta de los dedos. Pero el pobre, antes de terminar la cena, se vió acometido de un golpe de tos; se puso rojo; quería echar, con grandes esfuerzos de su cuerpo, algo que no acababa de salir.

Para él eran todos los cuidados y los infinitos mimos y delicadezas cuyo secreto pertenece a las madres, y algunas veces a los padres, cuando faltan aquellas. Jamás contrariaba a su hijo en nada que fuera para su consuelo y entretenimiento en los límites de lo honesto y moral.

Importábasele todo esto muy poco a Currita, y sus granizadas intermitentes de besos, de mimos y de imprudencias borraban por completo en el ánimo candoroso de Lilí los largos olvidos y la egoísta indiferencia de su madre; mas no lograban lo mismo en el niño aquellas sensiblerías tempestuosas.