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Un vestido, una saya, una basquiña, cualquiera otra prenda, duraba años y años sobre el cuerpo de la chacha Ramoncica ó guardada en el armario. Después, estando aún en buen uso, pasaba á ser prenda de Rafaela. Los muebles eran siempre los mismos y se conservaban, como por encanto, con un lustre y una limpieza que daban consuelo.

La presencia de espíritu de la chacha Ramoncica nos salvó de un escándalo y tal vez de un drama sangriento. ¿Qué hubiera sido de mi pobre D. Gregorio, tan grueso como está y saliendo al campo en desafío? Sólo de pensarlo se me erizan los cabellos. La chacha, por fortuna, se llevó a D. Pepito al cuarto de Isabel. Así nos salvó. Yo le he quedado muy agradecida.

La frialdad de sus relaciones no hacía necesario más frecuente trato. No bien supo el Comendador el resuelto proyecto de boda entre D. Casimiro y Nicolasa, fué á Villabermeja; visitó á la chacha Ramoncica y tuvo una larga conferencia con ella, de cuyo objeto se enterará más tarde el curioso lector. Después de esto se volvió á la ciudad D. Fadrique.

Y más agradecida ha quedado a Isabelita, que por el mismo motivo se sacrifica también, a pesar de lo enamorada que está de D. Ambrosio. No he de negar yo, mi querido maestro, que la tramoya de que se ha valido la chacha Ramoncica tiene mucho de censurable; pero tiene una ventaja grandísima.

Con tal modo de vivir, la chacha Ramoncica, si bien no tenía sino muy escasas rentas, apenas gastaba de ellas una tercera parte. Iba, pues, acumulando y atesorando, y pronto tuvo fama de rica. Sin embargo, jamás se sentía con valor de ser despilfarrada sino por empeño de su sobrino Fadrique, á quien, según hemos dicho, mimaba en competencia de la chacha Victoria.

Cuando el tío contestaba que porque era pobre, Lucía afirmaba que la paga de oficial retirado era más que suficiente; que además la chacha Ramoncica estaba poderosísima con lo que había ahorrado, é iba á dejarle por heredero, y que, por último, podía casarse con una rica.

Las chachas Victoria y Ramoncica lloraron mucho la partida de D. Fadrique; el P. Jacinto la sintió; D. Diego, que le llevó á la Isla, se alegró de ver á su hijo puesto en carrera, casi más que se afligió al separarse de él; y los frailes, y Casimirito sobre todo, tuvieron un día de júbilo el día en que le perdieron de vista.

Vamos... si no es posible que adivine usted lo que allí pasó. D. Gregorio se había quedado aquella noche a dormir en la casería, y la perversa chacha Ramoncica, engañándome, acababa de introducirme en el cuarto de doña Juana. ¡Qué asombro el mío cuando me encontré de manos a boca con esta señora!

La chacha Ramoncica, en aquel apuro, me agarró de un brazo, tiró de , y me llevó al cuarto de Isabelita, con agradable sorpresa por parte mía. Halló D. Gregorio tan turbada a su mujer, que se acrecentaron sus recelos y quiso registrarlo todo, seguido siempre de su cuñado. Así llegaron ambos al cuarto de Isabelita.

Su caridad se extendía hasta los animales. Desde la edad de veinticuatro años, en que la chacha Ramoncica se quedó huérfana y vivía en casa propia, sola, le hacían compañía media docena de gatos, dos ó tres perros y un grajo, que poseía varias habilidades. Tenía asimismo Ramoncica un palomar lleno de palomos, y un corral poblado de pavos, patos, gallinas y conejos.