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Las coronas, pendientes de cruces de hierro mohoso, habían perdido sus flores, sus doradas siemprevivas; eran aros de paja negra y putrefacta, guardando en sus briznas un hervidero de insectos.

Yo no tomé nada; pero muchos otros no tenían tanto escrúpulo... Esa noche Puymartin me contó la historia de madama Scott; pero no como la refirió M. de Larnac. Rogerio me dijo que madama Scott había sido robada por unos saltimbanquis cuando era niña, y que su padre la había encontrado haciendo piruetas en un circo ambulante, saltando por sobre gallardetes y atravesando aros de papel.

Además tenía un color moreno exótico que anunciaba su poca honradez. ¿Llevaba aros en las orejas? preguntó el señor Crackenthorp, que tenia algún conocimiento de las costumbres extranjeras. Bueno... esperad... veremos respondió el señor Snell como un somnámbulo dócil que quisiera realmente no equivocarse, si fuera posible.

Cuando llegaban al mostrador, dábanse prisa a soltar la carga de golpe, con movimientos brutales, haciendo crujir la madera de los baúles y gemir y rechinar los aros de hierro que la afianzan. Al cabo logró Miranda que llegase su vez, y ya con el talón en el bolsillo, saltó del andén a la vía triple buscando su departamento.

Ahora que me he puesto los aros no me falta nada para asustar a los cuervos.

Andaban los enfermos con la rabia pidiendo una sola gota, mostrando la lengua con el dedo, como el rico avariento á Lázaro...» Envasada el agua en pipería de madera con aros de los mismo, se corrompía, derramaba y escaseaba generalmente.

Su espera no fué larga, pues poco después llegaba un salvaje desnudo como los demás arfakis, pero de estatura más alta, adornado de dientes de cuadrúpedos y conchas de tortuga y dos grandes aros de metal pendientes de las orejas. En la cabeza llevaba un gran penacho de plumas de colores. Debe de ser un jefe dijo Horn a Cornelio.

Llevaba los brazos y el cuello adornados de aros y collares de cobre, y de dientes de animales, y el pecho cubierto con un peto fabricado de un tejido de fibras vegetales. Rodeábale la cintura una especie de faldeta de algodón rojo, más larga por delante que por detrás. ¿Qué casta de gente es ésa? preguntó Cornelio al oído a Horn.

Llevaba un primoroso traje negro con lunares blancos, el cuerpo del vestido cortado con tal arte que, sin formar la más leve arruga, dibujaba un busto de hermosas líneas; iba coquetamente calzada y sobre sus guantes grises, muy altos, brillaban tres o cuatro aros de plata y de oro. El sombrero era de ala ancha y estaba guarnecido con una pluma grande y rizada.

El señor Snell tenía razón al suponer que alguna otra persona se acordaría de los aros en las orejas; porque, prosiguiendo la pesquisa en la parroquia, se hizo saber, con una energía cada vez más viva, que el pastor deseaba ser informado si el buhonero usaba aros, y se estableció una corriente de opinión de que era muy importante que el hecho fuera dilucidado.