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Abandonó la vida social, la ciudad, y solo, errante en los cálidos valles de Tocaima, o cerca de las riberas del Magdalena, él combatió al enemigo, hora por hora, sin un momento de desaliento. El cielo le sonrió y encontró una mujer generosa que quiso compartir su miseria.

Aquella tremenda y apasionada novela, por más que en Goethe esté siempre el poeta objetivo, que se pone fuera de su obra, que juzga y sentencia a sus personajes sin compartir sus extravíos, que los mueve quedando él inmóvil, como el primer Cielo mueve las otras esferas, contiene también en su protagonista al otro Goethe, apasionado y vehemente, que el Goethe crítico y severo logró parar al borde del abismo.

Este peso, no obstante ser él un hombre de etéreos atributos cuya voz hubieran escuchado tal vez los mismos ángeles, le mantenía al nivel de los más humildes; pero al mismo tiempo le ponía en más íntima relación con la humanidad pecadora, de modo que su corazón vibraba al unísono del de ésta, comprendiendo sus dolores, y haciendo compartir los suyos propios á millares de corazones, por medio de su elocuencia melancólica y persuasiva, aunque á veces terrible.

Delante del Monasterio se les reunieron otros jóvenes de ambos sexos que quisieron compartir con ellos los goces del paseo. Dejaron el pueblo y entraron en los famosos y reales jardines, riendo, zumbando, chillando como un bando de pájaros grandes que puso en suspensión y miedo a los otros chicos que cantaban entre la fronda de los árboles.

La ventera se negó redondamente á recibir un solo sueldo de Roger por su hospedaje, y el arquero y Tristán lo sentaron á la mesa entre ambos, invitándole á compartir su abundante almuerzo. No me sorprendería saber, dijo Simón, que también sabes leer pergaminos, cuando tan listo eres con pinceles y colores.

»Echaba usted de menos una compañera con quien compartir el arrobamiento que le produce la contemplación de los magníficos espectáculos que la Naturaleza le ofrece a cada instante... ¿No me es a más necesario un amigo que confunda sus lágrimas con las mías? Yo tengo, , ese amigo; pero me separan de él la distancia y sus propios pesares, que lo alejan de más que la distancia...

Don Joselito, que había protestado con toda su elocuencia tribunicia, estaba en la cárcel junto con otros amigos. El banderillero, que deseaba compartir su martirio, se había visto obligado a abandonarlos para vestir el traje de luces e ir en busca de su maestro. ¿Y este atropello a los ciudadanos iba a quedar impune? ¿Y el pueblo no se levantaría?

Si quería compartir todos sus peligros, es que obraba movido por una especie de fatalismo, persuadido de que vivía de su vida y de que moriría de su muerte. En fin, aquel hombre singular era para aquel niño apasionado más que padre, amigo o jefe, era un dios.

El viejo continuó con tono de resignación: ¡Qué le vamos a hacer! no se puede tener todo a la vez. ¡Pobre niña! ¡Tanto que me hubiera gustado compartir con ella el bienestar! ¡Cincuenta mil francos de renta! ¡Ya sabía yo que volvería la fortuna! En aquel momento entró la duquesa y su marido le hizo un resumen de los ofrecimientos del doctor con transportes de una admiración infantil.

Pero lo que no olvidaba, era la idea de que nadie había en la tierra que estuviera dispuesto a compartir sus penas conmigo y que estaba reducida a misma y a mis libros, hasta el día en que se me encontrara bastante madura para participar de la existencia de los vivos. Y más y más, me sumergía en los tesoros de los poetas, ninguno de los cuales me rechazaba de su más íntimo santuario.